El Soldado y la Cruz. Una pequeña historia leonesa, y berciana, de la Guerra de la Independencia

“El mundo es un lugar peligroso, no por los que hacen el Mal,

si no por todos aquellos que miran y no hacen nada por evitarlo.”

Albert Einstein

Con Agradecimiento al Archivo Histórico Diocesano de Astorga.

Hace ya unos cuantos años (uno va peinando pelo blanco) recuerdo que consultando documentación manuscrita en el Archivo Histórico Diocesano de Astorga, me encontré en la Sección de “Procesos” un documento manuscrito, en un amplio pliego de papel. En él se recogía la relación de servicios y méritos de un anciano párroco berciano nacido en 1790. El documento era de mediados del siglo XIX y relataba, resumidamente, la vida del religioso.

Voluntarios de León, 1808. Fco. Vela Santiago

Lo que me llamó la atención es que dicho Sacerdote en su juventud y antes de serlo, había sido Soldado en la Guerra de la Independencia, habiéndose alistado voluntario en junio de 1808 en el Ejército español (ese que nunca sale ni en los libros de historia, ni en las películas, ni en los poemas, ni en las canciones… porque es bien sabido que la guerra contra Napoleón la ganaron los Ingleses y Curro Jiménez).

Durante los dos primeros años de la guerra aquel joven ponferradino combatió a lo largo y ancho de toda España en varias sangrientas batallas hasta caer prisionero y ser llevado cautivo a Francia. El que mucho ha leído y sabe algo de Historia Militar conoce que no hay mayor desgracia para un Soldado (a veces incluso peor que la muerte) que caer prisionero de guerra, pues tu vida y tu dignidad dejan de pertenecerte…

Lo que recuerdo que me llamó la atención, y me impresionó, fue que aquel joven y desvalido y cautivo soldado español, tuvo la fortuna de ser acogido (en el pueblo francés donde fue confinado un depósito de prisioneros de guerra españoles) por el Sacerdote francés de la localidad durante el resto de la larga y maldita, para los franceses “Guerre de Espagne”. Aquel sacerdote católico francés, buena persona y digno Ministro de la Iglesia, le abrió su casa y cuidó del desvalido soldado español, poco más que un muchacho. Y en contacto con aquel Sacerdote, el joven militar español, que había servido y combatido en la Infantería española en 1808 y 1809 contra el Ejército Imperial francés, retomó su primera vocación de religioso que ya había sentido de niño.

William Bradford, Sacerdote español, 1809

Recuerdo que fotocopié aquel documento (algún día alguien escribirá sobre el gran bien que ha hecho a la Humanidad, a la Docencia y a la Investigación, la humilde fotocopiadora en ahorro de tiempo y adelanto de trabajo…). Aquella fotocopia la guardé en una caja archivador junto a otros cientos de documentos fotocopiados, fruto de muchas horas de trabajo y viajes a Archivos de media España.

Pasó el tiempo y nunca olvidé a aquel joven berciano que de Soldado acabó como Sacerdote luego de muchas penalidades y amarguras… pero sí que olvidé donde tenía “archivada” la fotocopia (algo que a veces nos sucede a los historiadores en nuestros mares de libros y de papeles…).

De esta manera, cuando hace unos años llegué a conocer (en un Seminario de la Universidad de Logroño) a un gran hispanista y miembro del Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, el gran historiador francés Jean René Aymes (Catedrático en la Sorbona de Paris), recuerdo que, dentro de su gran proyecto de investigación sobre los prisioneros de guerra españoles en Francia durante las Guerras Napoleónicas – La déportation sous le Premier Empire. Les Espagnols en France (1808-1814) – le comenté este caso del joven leonés que redescubrió su vocación de Sacerdote siendo prisionero de guerra en Francia entre 1810 y 1814.

El caso le interesó mucho, pero desgraciadamente, como suele, también, pasarnos a los historiadores, por mucho que busqué el documento (guardo miles de fotocopias de archivos luego de 25 años de trabajo), y a pesar de que soy cuidadoso en estos menesteres, no lo encontré. El problema estuvo en que olvidé en que Archivo Histórico (de la decena de los que tengo fondos documentales) procedía aquella historia del joven Soldado berciano.

manuscrito de Tomás Fernández

Y hete aquí que hace dos semanas, como suele también suceder, cuando estaba buscando otros documentos para acabar de redactar un estudio sobre los Rubín de Celis astorganos (de los que pronto tendrán ustedes noticias), apareció el documento de marras…

Por eso ahora les detallo más la historia…

 

Aquel joven se llamó Tomás Fernández, era natural de Ponferrada, villa en la que nació hacia 1790. En 1854, cuando se redactó el documento aludido, don Tomás tenía ya 64 años de edad y sus últimos 24 los había servido como Párroco de Cubillos del Sil, dentro del Arciprestazgo del Boeza y Diócesis de Astorga.

En el documento manuscrito que elevó a sus superiores eclesiásticos, Tomás Fernández relató que, en el verano de 1808, al comenzar la Guerra de la Independencia contra Napoleón, se alistó en el Ejército español; contaba entonces con 18 años de edad y lo hizo en calidad de voluntario por considerar que era su deber como español, el hacerlo. Al ser berciano debió de unirse al Regimiento nº 5 de Voluntarios de León, el cual se organizó en en Riello. Esta unidad de Infantería leonesa de nueva leva estuvo al mando del también berciano, Teniente Coronel Leandro Osorio Quindós, Capitán de Granaderos retirado de San Juan de la Mata, que contaba con 53 años de edad en 1808.[1]

Firma de Tomás Fernández

Así nos lo cuenta Tomás Fernández en el citado documento dirigido a la Secretaría de Cámara del Obispado de Astorga. La sencillez y brevedad con que lo narra, conmueve y resume, aún hoy, el sentir del Pueblo español en aquel verano de 1808.

 

“Este Párroco en el Año de 1808 salió Voluntariamente al Servicio Militar a defender la Justa Causa de la Religión y de Nuestro Rey” [2]

 

El joven Tomás, Soldado del 5º de Voluntarios de León (integrado por reclutas bercianos) marchó a la guerra, hacia el río Ebro, el 12 de septiembre de 1808, en compañía de otros 5.000 hombres agrupados en doce batallones de la llamada “División Leonesa” del Ejército de Castilla.[3] Sin embargo la contraofensiva francesa, con el propio Napoleón a la cabeza, derrotó a todos los pequeños Ejércitos de campaña españoles. De esta manera, tras perderse Logroño, el General Javier Castaños decidió disolver a los Regimientos leoneses y castellanos de voluntarios de nueva creación e integrar a sus noveles soldados en los regimientos regulares veteranos del Ejército de Andalucía, el antiguo vencedor en Bailén.

De esta manera, el joven Tomás fue adscrito con sus compañeros al Regimiento de Milicias Provinciales de Burgos, una veterana unidad de reservistas castellanos al mando del Coronel Juan Antonio Santa María. Con ella, rotas las líneas españolas en el Ebro, Tomás sufrió la dura retirada invernal española hacia Madrid; y tras la caída de la capital, el 3 de diciembre de 1808, hacia Extremadura.

En 1809, con su Regimiento de Burgos y dentro del Ejército de Extremadura al mando del viejo y animoso General castellano Gregorio García de la Cuesta, Tomás nos cuenta que volvió a entrar en combate en tres sucesivas y grandes batallas de la Guerra de la Independencia del año de 1809:

 

“Se batió con los Enemigos en las Batallas de Medellín, Talavera de la Reina y Ocaña”

 

La primera fue una batalla reñida, y, a la postre, una terrible y sangrienta derrota con casi 10.000 bajas españolas entre muertos, heridos y prisioneros. La segunda, Talavera, fue una victoria defensiva, en coalición con las tropas británicas del General Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington… y la tercera batalla, Ocaña – al sur de Madrid – fue otra nueva derrota española. En ella, además, acabó Tomás su corta, dura y sangrienta carrera de Soldado:

“…en ésta última sufrió la suerte de prisionero, fue conducido a Francia, padeciendo muchísimo”

 

Es fama que luego de la derrota de Ocaña, casi 17.000 soldados españoles prisioneros fueron maltratados y vejados por los franceses (como Jesús camino del Calvario), despojados de sus uniformes y muertos de hambre llevados a través de Madrid como una banda de mendigos a fin de intentar mostrar a los vecinos de todos los pueblos del tránsito hacia Francia (dentro del discurso y propaganda afrancesada) que ya no existía un Ejército Español que combatiera a José I, sino solo bandas de forajidos e irregulares.

Camino de Francia muchos soldados españoles heridos y enfermos fueron asesinados y ejecutados por la escolta francesa por no poder continuar la marcha. En aquellas terribles circunstancias, Tomás, con apenas 19 años llegó prisionero (a comienzos de 1810 y en pleno invierno) a un pueblecito del suroeste de Francia, San Ginés, Departamento de Perigueux. Y allí su vida cambió; Tomás siempre creyó que había sido la mano de Dios la que le salvó.

Allí, gracias al bondadoso Sacerdote francés que le acogió en su casa, recuperó su salud, su vida y aprendió a perdonar a sus enemigos, curándose de buena parte de todos los males y crueldades (físicos y mentales) que la guerra le había hecho presenciar.

Allí también, el joven Soldado español curtido por la guerra, enfermo de pulmonía (fruto de las penalidades sufridas), desvalido por la soledad, la expatriación, las penas, el hambre y la muerte contempladas en los dos últimos años, y durante su marcha cautivo hacia Francia, recuperó su vocación sacerdotal de niño:

 

“En Francia la Divina Providencia le colocó en casa del Señor Cura Párroco de San Ginés, Pueblo de aldea del Departamento del Periyu, Cantón de Castillón, en cuyo pueblo y casa observó siempre una conducta irreprensible en lo político y moral, sirviendo de ejemplar con buenas costumbres como certifica el mismo Sr. Cura en documento que al efecto le entregó, comprobado por el muy Reverendo Obispo de Burdeos.

Y permaneció en dicha casa hasta que con la Paz se restituyó a España”

 

Acabada la guerra, en abril de 1814, con la derrota de Napoleón y la victoria de España, Tomás regresó a su Patria, pero como Soldado que era aún tuvo que cumplir dos años más de Servicio en el Ejército del Rey.

En 1816, afectado del pecho por su antigua dolencia pulmonar, fue licenciado. Regresó a casa de sus padres en Ponferrada (con la gracia de 30 reales al mes para su manutención). Tras mejorar de su dolencia, Tomás decidió recuperar sus estudios en el Seminario para ser religioso, lo que consiguió en 1821:

 

“Se hizo Sacerdote y en este estado estuvo siempre trabajando con mucha vocación y sujeción a la Iglesia”

 

Fruto de ello fue elevado al cargo de Capellán en el Hospital de San Juan del Cabildo de la Catedral de Astorga en 1824, asistiendo y cuidando del cuerpo y de las almas de sus enfermos. En 1828 regresó a su tierra berciana al recibir el Curato y Parroquia de Cubillos del Sil donde desempeñó su ministerio sacerdotal por otros 24 años más.

En 1854 Tomás siendo ya un anciano, bastante impedido por los años para continuar con su labor, puso su Curato a disposición del Obispado, solicitando su retiro…

Esta es la pequeña historia de un joven al que la guerra hizo Soldado; guerra a la que fue a luchar voluntariamente porque era una justa causa luchar por España, por la Fé Católica y por su Rey cautivo en Francia (aunque éste fuera el sinvergüenza de Fernando VII).

Tomás Fernández fue un Voluntario que abandonó su casa y su familia, con apenas 18 años, porque no quiso mirar hacia otro lado ante el Mal que llegaba a su Patria. Una Guerra de invasión que asoló y destruyó a España, causando medio millón de muertos de los apenas doce con que contaba el país.

Pero fue la bondad de uno de sus enemigos franceses, la que le hizo recuperar su vocación de Sacerdote. Así, luego de abandonar la Cruz de Soldado, Tomás cogió otra Cruz, también de servicio a sus vecinos y semejantes en Astorga y en Cubillos del Sil, hasta que el Hijo del Carpintero (que también había tomado su Cruz una vez) le llevó con él, a donde ya no hay fríos, ni pesares, ni enfermedades, ni marchas, ni miedos, ni muertes, ni combates, ni males… a los Verdes Campos donde los Soldados veteranos dicen que pueden descansar al fin.

Arsenio García Fuertes

Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

 

 

[1] AGMS, Segovia, 1ª Sección, Legajo O- 850.
[2] AHDA, Astorga, Procesos, Caja 1.160.
[3] García Fuertes, A. (2010) “La División Leonesa del Ejército de Castilla. La defensa de la Rioja y Logroño en la segunda Campaña de 1808”. En: Dos Siglos de Historia. Actualidad y debate histórico en torno a la Guerra de la Independencia (1808 – 1814), pp. 49 – 86. Universidad de la Rioja, Ed. Rebeca Viguera Ruiz [Logroño].

Arsenio García Fuertes: Doctor en Historia
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