El Populismo amenaza la democracia

El populismo, en sus múltiples manifestaciones, ha resurgido con fuerza en los últimos años como un fenómeno político que pretende dar voz a sectores de la sociedad que se sienten marginados, olvidados o traicionados por las élites y los sistemas de poder. Sin embargo, más allá de la promesa de cambio, este movimiento también trae consigo riesgos significativos para la democracia.

Uno de los pilares de la estrategia populista es la construcción de una narrativa que divide a la sociedad en dos bandos antagónicos: el “pueblo” y las “élites”. Los líderes populistas se presentan como auténticos defensores de la ciudadanía común, en contraposición a una élite corrupta y distante, responsable de los hombres del país. Esta simplificación de los problemas y las soluciones crea una imagen de “nosotros” contra “ellos”. Al hacer esto, los populistas logran reducir problemas complejos a un simple conflicto de intereses.

El populismo también depende de una figura central: un líder carismático que se posiciona como el portavoz absoluto de “la voz del pueblo”. Este culto a la personalidad busca unificar a las masas en torno a la figura de un salvador que promete resolver los problemas de la sociedad. Sin embargo, este enfoque plantea una seria amenaza a la democracia representativa. Al concentrar el poder y deslegitimar a cualquier figura o institución que contradiga al líder, el populismo socava los principios democráticos de pluralidad y división de poderes. Las instituciones, como la prensa o el poder judicial, son calificadas de cómplices de la élite, generando una atmósfera de desconfianza en las normas y los contrapesos que deben protegerlo.

El populismo se caracteriza también por un discurso emocional que, lejos de fomentar la reflexión, busca movilizar las pasiones de la gente. El miedo, la ira y la esperanza son los principales motores de sus mensajes. De esta manera, se evita el debate profundo sobre políticas y soluciones y se recurre a frases efectivas que apelan a las preocupaciones más profundas. Los populistas suelen prometer cambios radicales que, en teoría, llevarán a la sociedad a un nuevo nivel de prosperidad y justicia. Sin embargo, en la práctica, estos cambios radicales frecuentemente esconden intentos de consolidación del poder. Con frecuencia, los líderes populistas apelan a reformas estructurales, como cambios en la Constitución, que les permiten tomar decisiones sin el contrapeso de otros poderes.

Este abuso de los mecanismos democráticos para debilitar la democracia misma es quizás uno de los mayores peligros del populismo. Las reformas populistas, aunque a veces bien intencionadas, suelen estar diseñadas para perpetuar el poder del líder y su círculo, limitando la posibilidad de una oposición sana y constructiva. A largo plazo, esto mina la democracia y dificulta que el país pueda tener una transición ordenada y pacífica de poder.

En la era digital, el populismo ha encontrado una herramienta inestimable en las redes sociales. Estas plataformas permiten a los líderes populistas comunicarse directamente con la población, sin intermediarios que cuestionen o verifiquen sus mensajes. Este “acceso directo” al pueblo es una espada de doble filo: por un lado, rompe con los monopolios informativos tradicionales, pero, por otro, facilita la difusión de información sesgada. Además, la constante deslegitimación de la prensa por parte de los líderes populistas crea un ambiente en el que la información se vuelve sospechosa, y la verdad se convierte en un concepto relativo. Esta crisis de confianza en los medios tiene repercusiones graves para la democracia, ya que una ciudadanía mal informada es incapaz de tomar decisiones conscientes.

La democracia es, por naturaleza, imperfecta y lenta, pero también es el sistema que mejor garantiza la pluralidad, el respeto a los derechos humanos y la posibilidad de encontrar soluciones consensuadas a los problemas complejos. El populismo, en cambio, promete mucho, pero a menudo entrega poco y a un costo altísimo.

ABC