El ómnibus pasa por el túnel de Waterloo

Es difícil olvidar aquel automeme preparado entre Adif y Renfe hace un par de años: los cántabros estaban muy felices porque por fin les iban a poner trenes nuevos, pero al ir a probarlos se comprobó que no cabían por los túneles.


Ahora la oficina de diseño político-legislativo de la Moncloa había apañado un decreto agrupando los asuntos que necesitaban el visto bueno del Congreso: un decreto-ley de los que llaman ómnibus. Si lo llaman así es porque puede llevar de todo, en particular medidas a las que es difícil negarse, mezcladas con otras de las que no se quieren dar muchas explicaciones. Incluía lo que había que modificar o actualizar al no tener todavía presupuestos del Estado, y algunas cosas más de regalo. Agrupado todo en una votación única. Pero el ómnibus terminó siendo tan grande que no pasó por el túnel. En concreto por tres túneles, los del PP, Vox y Junts.


Pedro Sánchez no se dio por vencido –menudo es él– e insistió en que el decreto ómnibus terminaría pasando sin hacer cambios. Los que no aceptaron el trágala de votar todo revuelto y mezclado también insistieron en que solo votarían las medidas con las que estaban de acuerdo y para eso la votación tenía que ser por separado. Toda la parroquia se apostó a los lados de la vía para no perderse el espectáculo. Algunos además habían programado ya funciones de acompañamiento: Los sindicatos convocaron una protesta contra los que no respaldaban lo que proponía el Gobierno, el famoso decreto. Un asunto digno de estudio. Representantes de los trabajadores le echan en cara a la alternativa al Gobierno que el Gobierno no consiga aprobar su decreto.

España, capital Waterloo

Con todo el mundo reafirmándose en sus posiciones llegó el lunes. Después del pasmo provocado por la inteligencia artificial barata que presentaron los chinos volvieron las preguntas. Durante las últimas horas del lunes y las primeras del martes todo fueron llamadas para intentar saber en qué escenario político se estaba. Como añadido, en Madrid muchos de los que intentaban saber qué pasaba o tenían algo que decir estaban atrapados en el monumental atasco que provocó el incendio de un coche en la autovía de circunvalación M-40. Toda la zona noroeste de la capital –donde está La Moncloa– quedó sumida en el caos.


La negociación provocó que el Consejo de Ministros se retrasara, los ministros tuvieron que entretenerse con sus cosas en la sala del café de Moncloa mientras dos de ellos trataban con Junts. Lo que al final se aprobó no estaba en el orden del día, ni tan siquiera mecanografiado. A mediodía todo se aclaró, como se aclaran las cosas políticas últimamente. Un Pedro Sánchez algo ajado compareció para explicarlo como pudo. El decreto ómnibus que no se iba a cambiar por nada del mundo se cambiaba. Las 80 reformas y prórrogas de medidas que tenía el primero se quedaban en 29. Y la cuestión de confianza que no se iba a aceptar se debatiría. Es decir, el último invento de Puigdemont para apretar más las tuercas al Gobierno ahora sí iba a ser aceptado por la Mesa del Congreso.


Política de trampantojo

Con una particularidad. Los diputados debatirán si el presidente del Gobierno tiene que someterse a una cuestión de confianza, en definitiva, si tiene suficiente respaldo para continuar gobernando. Pero, en el caso de que se apruebe queda en sus manos presentarla, ya que constitucionalmente es el único que puede hacerlo. Con su estrategia Junts consiguió cambiar lo que quería del decreto, dejar abierta la negociación de lo que no se incluye en el nuevo y someter a Pedro Sánchez a un debate sobre si puede seguir o no, pero sin que llegue a existir una verdadera cuestión de confianza efectiva. Política de trampantojo. De esta forma la capacidad de presión de Puigdemont se multiplica. Incluida la de su voto en ese debate. Y como el Gobierno no cae, reinician con él la negociación de todos los demás temas abiertos y reclamados por el expresidente catalán desde Waterloo.

Ante el nuevo decreto, que ya tiene suficientes votos para ser aprobado, el PP también ha tenido que comerse lo dicho y anunciar que dirá que sí.

Preguntas inocentes: ¿Por qué no se pactó el decreto ómnibus antes de tener que pasar por todo esto? ¿Arrogancia? ¿Confianza injustificada? ¿Se quería obligar a todos los grupos –particularmente al PP– a votar con el Gobierno, incluso los asuntos con los que no estaban de acuerdo, para no ser señalados por estar contra la subida de las pensiones, las subvenciones al transporte público o las ayudas por la DANA?

No será que con esta fórmula se intenta sustituir la obligación constitucional de tener unos presupuestos anuales, ya que es muy complicado aprobarlos. No será que con esta estrategia se ahonda en la polarización necesaria para que los socialistas sigan encabezando el único bloque con capacidad de gobernar, al mantener con ellos a todas las minorías, porque les dan lo que piden y, además, no pueden acercarse al PP ni a Vox, retratados como fachas insolidarios.

El fiscal, contra el juez

Con el personal, no digamos los de ERC, frotándose todavía los ojos de asombro, aparece ante el Tribunal Supremo el fiscal general de Estado. No va a acusar a nadie, como responsable de perseguir los delitos en nombre de todos. El investigado es él. No responde a las preguntas del magistrado, solo a las de su abogado, que pertenece a la Abogacía del Estado, y el fiscal que le toca este procedimiento no interroga, como buen subordinado. Su defensa no es rebatir la acusación, sino desacreditar la investigación judicial. ¿Actúa así para llevar el caso ante su tribunal, el Constitucional?

Las batallas judiciales son más difíciles de seguir. Jueces, fiscales y abogados utilizan una jerga absolutamente incomprensible y procedimientos enrevesados. Por eso, el gran público puede que haya desconectado de la pugna del Tribunal Supremo con el fiscal general. Juega en favor de que todavía algunos lo estén siguiendo el que la historia cuenta con personajes importantes y llamativos, Isabel Díaz Ayuso y pareja, o interesantes para una trama, como su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez.

Con todo esto, asuntos nucleares para el funcionamiento de una democracia que se precie, cómo va a quedar capacidad de asombro por lo Trump, lo de Gaza, lo de la inteligencia artificial o algunas otras tropelías. El año verdaderamente promete. Y está lo de Ábalos. Y lo de Begoña Gómez. Y lo del hermano del presidente. Y lo de… Habrá que seguir atentos a las pantallas, con los detectores de trampantojos y de bulos alerta.

 

Ángel M. Alonso Jarrín

@AngelM_ALONSO

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