El niño de Budapest

El recuerdo de la Revolución Húngara de 1956 en Madrid.

“La libertad nunca es dada; se gana”

Asa Philip Randolph (1889 – 1979) Sindicalista afroamericano estadounidense, activista por los derechos civiles

El pasado 23 de octubre, invitado por el agregado Cultural de la Embajada de la República de Hungría en el Reino de España, acompañé con dos amigos españoles (en una desapacible y lluviosa tarde otoñal) a un grupo de ciudadanos húngaros residentes en Madrid. Estas personas estaban  encabezadas por la Excelentísima Señora Embajadora de Hungría doña Katalin Tóth. El motivo de la reunión era un sencillo homenaje en el barrio de Canillejas a los húngaros que en octubre de 1956 se levantaron contra la ocupación y opresión soviética. En uno de los jardines de dicho barrio madrileño se alza, precisamente en la Calle de Budapest, un sencillo monumento que recuerda aquellos hechos. Decir que aunque el mismo ha sido vandalizado en varias ocasiones por quienes en Madrid comparten los ideales políticos de quienes desde Moscú ordenaron a los tanques soviéticos disparar contra el pueblo húngaro en octubre de 1956, el mismo había sido restaurado y se mostraba en su sencillez, limpio y cuidado.

Aquella tarde en Madrid me hizo recordar que de niño, en la casa anexa a las Escuelas de Primera Enseñanza de Lucillo de Somoza, donde mi padre ejercía como Maestro Nacional, mi progenitor nos contó a mí y mis hermanos (en una noche oscura de invierno al calor del fuego de la cocina de leña de la cocina-salón donde hacíamos la vida y bajo el resplandor de la pantalla del televisor en blanco y negro en el que se oía la sintonía del Informe Semanal) como hacía dos décadas los húngaros se habían levantado contra la opresión comunista (la misma que años después algunos profesores que tuve en el Instituto y la Universidad trataron de enseñarme que había nacido para traer el paraíso al mundo terrenal). Mientras observaba con interés las escenas en blanco y negro del documental de la Uno en las que los habitantes de Budapest se enfrentaban a pedradas y con cocteles molotov a los tanques y soldados soviéticos, con niños que se subían temerariamente a los carros de combate de la estrella roja intentando cegar las mirillas de sus conductores y oficiales con sus jerseys y bufandas, mi padre me contó que aquella revolución acabó derrotada y docenas de miles de húngaros tuvieron que abandonar su patria (evitando los gulags y paredones del paraíso comunista) buscando refugio y una nueva vida en Europa Occidental. Así, muchos miles de estas personas dieron comienzo a la nueva e incierta vida del refugiado llena de la misma tristeza y desarraigo de la emigración económica, tan conocida por todas las familias españolas en el siglo XX que nunca pertenecieron a las clases acomodadas. Hablamos de más de 200.000 húngaros que hubieron de huir al otro lado del telón de acero, pues otros 21.000 acabaron en los paraísos gulags, y 5.000 más murieron durante la represión de los libertadores soviéticos.

Años después, durante mis estudios, supe que en la España anticomunista del dictador Francisco Franco se acogió con benevolencia y simpatía a estos refugiados. Muchos españoles ignoran que el jefe de estado español llegó a proponer quimérica y quijotescamente al gobierno reformista húngaro (ante la invasión de los 40.000 soldados soviéticos y 1.100 tanques) el envío de hasta 100.000 voluntarios anticomunistas españoles para ayudar a la resistencia. Dicen las crónicas que la carencia de aviones que pudiesen hacer el viaje sin repostar hizo imposible la misión pues, además, la OTAN con EEUU a la cabeza habían dado la consigna de no intervenir, dejando a los húngaros abandonados a su suerte a pesar de sus angustiosas llamadas de auxilio. El dictador español mostró también su disponibilidad a la venta de material militar que no llegó tampoco a ninguna parte dada la incapacidad de transporte por el bloqueo político y económico de Europa occidental a la dictadura franquista. La única ayuda real (amén de la buena acogida dada a los refugiados húngaros) fue un tren cargado de arroz al que si se le permitió su salida de España y tránsito por tener una función humanitaria.

La relación distante en lo geográfico entre España y Hungría tiene, empero, algunos lazos en la historia. Hace años visité Budapest, allá por el 1996. Recuerdo que en las murallas de la Ciudadela de Buda, junto al Bastión de los Pescadores sobre el Danubio, había una placa en húngaro y en español a los 300 soldados del Tercio español de López de Zúñiga que el 2 de septiembre de 1686 encabezaron el asalto a la brecha con el que las tropas húngaras reconquistaron la Ciudad al Islam luego de 145 años de dominio turco.

Igualmente, en el 2007 cuando acabé de redactar mi libro El Grito de una Nación (sobre la rebelión de los madrileños del Dos de Mayo de 1808) recuerdo también la sorpresa que me llevé cuando investigando la relación de españoles muertos por las tropas francesas, hallé a un soldado de la Guardia Real española, Pablo Monsak de “nación húngara”, que por alguna extraña razón servía en el Ejército Real español y murió luchando junto a los madrileños en defensa de la Libertad de España.

Volviendo a las enseñanzas de mi padre, jugador de futbol en su juventud en el Santana y el Atlético Astorga, recordé también que hablaba con admiración y orgullo de Ladislao Kubala y de Ferenk Puskas, jóvenes futbolistas húngaros que llegaron huyendo de la persecución en su patria perdida a España, donde se les acogió y se les quiso (como a muchos más de sus compatriotas) llegando a ser futbolistas aclamados de la Liga y de la misma Selección Nacional Española de futbol.

Volviendo a la Historia Contemporánea de Europa, esta nos cuenta que aquellos hechos de 1956 en Budapest conmocionaron a Europa Occidental. El Presidente reformista de Hungría que había impulsado unas nuevas políticas democráticas tendentes a establecer un socialismo más humano, Imre Nagy, tras la entrada de las tropas soviéticas en Budapest y la derrota de los patriotas húngaros, buscó asilo en la embajada de Yugoslavia; obligado a abandonarla días después, fue deportado a Rumania. Tras casi dos años de detención, sufriendo continuas torturas, y luego de un juicio secreto, fue condenado a muerte y ejecutado en la horca junto a cuatro de sus colaboradores el 16 de junio de 1958, a los 62 años de edad. Su cadáver, aún con las manos y pies atados con alambre de espino, fue enterrado en una tumba anónima. Allí permanecieron durante 32 años hasta que iniciada en los años 80 la Perestroika en la URSS y en pleno proceso de la Revolución de Terciopelo en Centro Europa, los restos de Inmre Nagy fueron localizados, entregados a sus familiares y enterrados en el Cementerio de Budapest el 16 de junio de 1989. Aquel día más de 200.000 húngaros acompañaron el sepelio exigiendo la salida de las tropas soviéticas de Hungría y el fin del comunismo. Cinco meses después, el 9 de noviembre de 1989, caía el muro de Berlín. Unos días antes, el ​23 de octubre, los húngaros habían hecho caer la dictadura comunista dando paso a la Tercera República Húngara, un régimen parlamentario y democrático. Aquel día, 23 de octubre, fue declarado Fiesta Nacional en conmemoración de la Revolución de 1956.

Esta última tarde del 23 de octubre del 2023 en Madrid, en aquel sencillo acto en Canillejas, acompañando a estos compatriotas europeos que no perdían la sonrisa y el buen humor el día de su Fiesta Nacional, a pesar del frío, el viento y la lluvia otoñal de España, pude reflexionar en cuan necesario sigue siendo el recuerdo en nuestra común Historia de Europa; en particular sobre todos los episodios de lucha y de resistencia por la libertad de los pueblos y por la democracia de los estados que nos gobiernan, teniendo muy claro, en mis convicciones, que la Libertad va unida siempre a la Igualdad de las personas; no una igualdad de nombre impuesta desde un poder tiránico, sino la que nace de la libre elección de tu vida, dentro de las posibilidades que tu familia y los estados sociales y democráticos en los que vivimos, en la Casa Común de la Madre Europa, nos brindan dentro de nuestras necesidades, nuestras capacidades y nuestra sana ambición.

En el acto de colocar en el monumento una corona de laurel a los cerca de 5.000 húngaros muertos por las tropas soviéticas (entre ellos 2.000 que fueron ejecutados ante el paredón luego de haberse rendido) observé que junto a la Embajadora portaba la corona, con los colores de Hungría ante la llama encendida, un robusto anciano que caminaba ya con los achaques de muchos años. Pregunté discretamente quien era. El escultor húngaro padre del monumento ante el que nos habíamos reunido, Zoltan Fodor-Lengyel, nos dijo a los tres españoles presentes que el anciano era József Tóth-Zele, uno de aquellos jóvenes de Budapest que se habían enfrentado a los tanques soviéticos hacía 67 años. También, joven futbolista llegó a España meses después de aquellos terribles sucesos, luego de pasar antes por Austria y por Francia. Aquí llego a ser jugador del Atlético de Madrid. Tóth-Zele, debido a una lesión dejó el fútbol activo y se convirtió en entrenador de la Federación Española de Fútbol, donde su maestro fue László Kubala. Pude saber luego que, curiosamente, durante su carrera como entrenador, trabajó también con el equipo juvenil del Real Madrid CF, descubriendo a un joven y luego muy famoso jugador, el buitre de Querétaro, Emilio Butragueño.

Este ciudadano húngaro, tantos años después, sigue viviendo en Madrid, acudiendo cada año, en la fiesta nacional de Hungría, cada 23 de octubre, con sus compatriotas residentes en la Villa y Corte, a recordar y no olvidar a sus compatriotas muertos en 1956 por la Libertad de Hungría y de tantas otras naciones del Viejo Mundo.

En el acto no hubo presencia de ninguna autoridad española nacional, ni regional, ni municipal.

Solo tres españoles que a título personal estuvimos allí como invitados.

Bandera de Hungría sin el escudo.

La bandera sin escudo se convirtió en un símbolo de oposición al comunismo durante los años de existencia de la Unión Soviética.

Recuerdo que al serme comentado que próximamente se iba a colocar en el monumento a la Revolución Húngara de 1956 un recuerdo a Pablo Monsak, les dije con una sonrisa a mis dos compañeros españoles, rememorando al soldado húngaro muerto en Madrid 215 años antes, y a los húngaros de 1956…

”Hungría, siempre en lucha por la Libertad de los Pueblos”

Arsenio García, doctor en Historia, miembro de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

4 comentarios en “El niño de Budapest

  1. Extraordinaria historia y vivencia para hacernos reflexionar: valoremos y defendamos nuestra libertad, también ganada con sangre; sudor y lagrimas de españoles… millones de ellos aun dispersos por el mundo adonde debieron refugiarse

  2. Bellísima historia , q desconocía en una buena parte .una vez más hay q saber de q lado está la justicia, el bien común y la libertad y de q otro lado está la tiranía y la opresión q hoy, como ayer. ,nos vuelve a perseguir .

  3. El ñiño de budapest había nacido pa traer la Liberte el amor y no se.cuantas.cosas.mas(cosas de comuneros insastifechos y malandrines).doctor en la.academia.de.argentina,si, allí es posible todo ,en la española lo será pronto.El.comunismo,la historia,el.docto en ella, la historia el mundo de la comprensión,joer.”vaya sin erguenzas”. Vaya pa.argentina y lleve sus ideas históricas e ininteligibles.(el comunismo.es opaco,no deja ver la luz).Vayan a la cagalla sinvergüenzas.

  4. Buenas noches,
    Fuerza es de admitir que todas sus cifras son correctas. Mi anàlisis estaría fundado en nuestra condiciôn de personas condenadas a la responsabilidad porque condenadas a nuestra libertad y nunca mejor momento de ejercitarla que en los momentos de crises profundas y existenciales.
    Esperemos que en estos momentos convulsivos podamos asumir nuestra libertad inalienable con sus consequencias.
    Gracias por haberme dado este momento de réflexiôn personal.
    Juan Manuel Carro

Los comentarios están cerrados.