“El Grito” de Munch y “La Hiedra” Templaria

“Pues aunque el resplandor que fue tan vivo hoy se mantenga oculto a mis miradas, aunque no puedan ya volver las horas de esplendor en la hierba y de gloria en las flores, no lloraremos, no; y encontraremos fuerza en lo que queda”. William Wordsworth.

Si el gran arqueólogo leones D. José María Luengo Martínez abriera los ojos no se lo podría creer: acaban de ordenar cortar la hiedra del Castillo Templario de Ponferrada. Con el dolor de una herida que se sabe mortal y traicionera infligida a la historia, a la cultura, a la vida y al arte. Cuando a nuestros pies yacen esparcidos los despojos de lo que fue un ser vivo fascinante, generoso y amable, y nos interrogan. Escribo estas palabras de duelo desde mi estudio. Un nudo me atraviesa la garganta. Hoy me siento un poco más huérfano, y obligado a dejar por unos instantes los pinceles, por que como cantara el poeta “La sangre tiene razones que hacen engordar las venas”.

D. José María sabía bien a que se enfrentaba en su enconada defensa del Castillo Templario, lo dejo por escrito: “una vez que la ciudad perdió el verdadero concepto de su ser, de su íntima relación con la Fortaleza, extrañándose de ella, convirtiose en su ariete, derruyendo aquello que era su gloria, para apoderarse ilegal y mezquinamente, de sus venerables despojos…” Pero en sus palabras aún cabía la esperanza “Hoy sólo le queda a la “Ciudad actual”, una hermosísima misión; pero misión de todos y para todos: Conservar cuidadosamente lo que, por casualidad, nos han dejado”.

A la vista del despropósito, ya irreparable, tendríamos que agachar con deshonra la mirada y reconocer públicamente nuestra desvergüenza. No se le dio ni siquiera una oportunidad. ¿Qué les diremos a nuestros jóvenes que andan reclamando todos los viernes por las calles del planeta para que se tomen medidas urgentes y reales con las que afrontar la emergencia climática? ¿Por qué condenar a muerte a un ser que sin pedir nada a cambio nos ha regalo su frondosidad, su color y el calor amable de la vida?

Esa delicada vestidura que a modo de elegante túnica vestía su torre dignificaba una historia de siglos. La naturaleza le había concedido pacientemente a través de la hiedra y de los años belleza y dignidad. Cubría la piedra desnuda con un manto verde intenso que perezosamente se desmayaba sobre sus muros. Un leve temblor de vida mantenía y protegía el resplandor de la piedra. Ahora una decisión torpe ha roto esa unión tan armónica. Mientras que en diversos lugares del mundo se visten verticalmente las fachadas de los edificios en el Castillo Templario acaban con todo signo de belleza natural. Nos hurtan la poesía y el romanticismo.

Para la mirada instruida, cultivada, romántica, la imagen de la hiedra del Castillo de Ponferrada evocaba sentimientos de profunda nostalgia, de añoranza de los paraísos perdidos y sentidas reflexiones sobre la levedad de nuestra existencia. Desde lo más alto, lanzaba un mensaje rebosante de vida y libertad, en su denodado intento por preservar la pétrea fortaleza herida. Vivimos tiempos de desesperación en los que no cabe una mirada nueva y comprensiva del paisaje: soledad, perdida, dolor…

Un dolor terrible, por absurdo e innecesario, que recogió en la obra “El Grito” (1893) el pintor expresionista noruego Edvard Munch. El pintor noruego sostenía que del mismo

modo que el gran Leonardo da Vinci – figura en la que se aúnan como en pocos genios de la humanidad arte y ciencia- había estudiado la anatomía humana. Él intentaba diseccionar las almas: soledad, angustia, desesperación, muerte… “Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho. Me detuve; me apoyé en la barandilla, preso de una fatiga mortal. Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza.”

¿Qué les diremos a los amigos noruegos, que tanto han hecho por la reconstrucción del Castillo Templario, cuando pregunten por la hiedra, por el futuro y por la esperanza?

¿Era la hiedra la responsable de la ruina del Castillo Templario? ¿Dañaba con su existencia al edificio histórico? ¿Era imposible compatibilizar su presencia con la necesaria restauración? ¿Qué cara les quedará a los responsables cuando se les pida que presenten las pruebas de los daños que según ellos hacían temblar y temer la ruina completa del Castillo Templario? Queramos o no estas son algunas de las cuestiones que están en aire, y a las que habrá que responder. El fin de semana que viene, cuando en la parte más moderna de la fortaleza templaria se celebre “La Noche Templaria”, sera un buen momento. Ahora que podemos ver con nuestros propios ojos los paramentos desnudos, ya no cabe lugar a duda: la hiedra protegía, embellecía y daba vida al Castillo milenario de Ponferrada. Perdónanos, no supimos conservarte.

 Fernando Fueyo. Artista plástico.