Luces de Bohemia, la gran obra de Ramón María del Valle-Inclán es el marco principal para La Noche de Max Estrella, una representación desencajada y rota de la visión del autor acerca de la sociedad de su tiempo. El ya anciano poeta andaluz vive sus últimas horas rodeado, en la obra, de voces que le guían a través de los lugares, y que le enfrentan a cara descubierta con sus debilidades.
El punto débil de la obra
Bajo la dirección de Francisco Ortuño Millán, y con motivo del 75 aniversario de la muerte de Valle-Inclán, pudimos ver en el Bergidum un espectáculo como poco innovador, en el cual se presentaba la historia de Max Estrella entre un telón traslúcido y una pantalla en las cuales se proyectaban las hermosas imágenes de Pilar Millán. Por separado, las voces grabadas resultan a veces un poco altas, en ocasiones demasiado bajas, con algunas líneas repetidas; las imágenes, por su parte, elegantes y simplemente bellas que juegan con las gamas de oscuros y de colores fríos no son un desacierto, ya que estamos hablando de alucinaciones, pero, al unirse, podemos observar a un Carlos Álvarez-Nóvoa más bien encerrado entre los oscuros y tostados y a veces perdido entre los diálogos que tardan demasiado en ser respondidos.
Carlos Álvarez-Nóvoa, el gran acierto
Aún a pesar de los desaciertos anteriormente mencionados, el actor asturiano fue un gran protagonista que soportó perfectamente el peso de la complicada interpretación del personaje de Valle-Inclán. Se desenvolvió perfectamente sobre las tablas, y dejó a la vista una buena visión de ese ser triste y apagado que se marchita entre verso y verso, y que pierde el color al encontrar la verdad de lo que siempre ha sido y nunca fue.
También cabrían destacar como grandes actuaciones aunque solamente vocales, las de Roberto Quintana, como el Ministro, Israel Frías como Mateo, el Preso, y la de María Alfonsa Rosso como la madre del niño muerto, que aportaron esa chispa especial a la actuación.