Catón el Viejo y su bisnieto Catón el Joven, estarían encantados de saber que la principal dedicación de su familia ha alcanzado la máxima eficiencia en nuestros días. La censura era su pasión y escrutar las conductas ajenas sobre lo correcto o incorrecto de estas en relación con la moral pública.
Vamos, que lo de meter en vereda a aquellos que no se pliegan a lo políticamente correcto no es nada nuevo, pues estos dos insignes señores vivieron, censuraron y murieron antes del nacimiento de Jesucristo. Pero, hay una sutil diferencia entre ambos espacios temporales. Catón el Viejo, ejercía esa función porque era parte de su trabajo como censor, cargo integrante del cursus honorum de todo romano que quisiera ser alguien en la vida pública de la madre Roma, cuna entre otras cosas, de nuestra moral y Derecho.
Parece ser que intentaba ser congruente con su cargo y dar ejemplo, fue calificado como un buen romano. En cambio, Catón el Joven era diferente. Aunque virtuoso, hizo varias picias importantes llevado por el rencor, más que por el interés de la patria. La más grave a decir del historiador Josiah Oswood fue conducir a la extinción de la República por su enfrentamiento suicida frente a Cesar. Hacía cosas que censuraba en los demás. Cesar era mucho Cesar y lo mismo pagaba que cobraba, amaba y odiaba, carecía de moral. Al final, se impuso el genio y dinero de este último y con el cuento de salvar la República se autoerigió en dictador.
Digo que mucho tiempo ha transcurrido desde entonces pero, las malas artes de meter las narices en los asuntos de los demás elevándolos a la categoría de interés nacional, han permanecido inmutables. Si no que se lo digan a Karla Sofía Gaskón, actriz transgénero.
Ha pasado de ser la heredera de la tierra prometida, al destierro en plena soledad y silencioso. No ha sido por voluntad propia. La han apartado de todo escenario público con cierta influencia en las consciencias ajenas. Todo porque en su día, hace tiempo, publicó unos guas con mal estilo, racistas, y según la prensa una serie de calificativos horrorosos más.
Bien, pues alguien, no se sabe muy bien quién, quiénes o cuáles, yo tampoco lo sé, pero que debe o deben mandar mucho, ha, han decidido que esta mujer desaparezca de la vida pública en beneficio de la película en la que es una de las protagonistas y hasta hace poco candidata al Oscar.
Pero, la cancelación llega hasta tal punto que ni siquiera sus compañeros de reparto se han acordado de ella a la hora de recolectar los reconocimientos que están recibiendo, salvo alguna excepción. No se trata de una simple muerte cinematográfica, es una verdadera muerte civil porque Karla, que sepamos todavía respira, sufre y seguramente estará deseando que alguien sea caritativo con ella.
Hay términos que definen una época y una sociedad. La cultura Wok quizás sea una de las plagas que nos ha tocado vivir. No dudo que en sus inicios intentara ser una reacción frente a determinadas injusticias sociales. Pero, se ha ido de la mano y de la cabeza a todos. Ha construido una meta final imposible de alcanzar.
La meta es siempre decir y hacer lo políticamente correcto en todo momento y lugar. Declaro solemnemente que no hay, expresado en román paladino, hijo de vecino que lo logre. Primero porque somos humanos y falibles, además de contradictorios, que se lo pregunten a Platón. Segundo, porque uno de los principios Woke es la fluidez y es tanta que nada permanece, ni siquiera los conceptos.
Todos podemos entender que con estos antecedentes vivimos en un permanente lío y temor a meternos en líos. El principio wok de no ofender a nadie abarca por igual a los musulmanes que a los transgénero. Pues esa misma cultura ha castigado a una mujer trans por unas declaraciones en contra de los musulmanes.
Lo preocupante es que no hay un Catón con rostro que nos guíe o aconseje, más bien parece que el nuevo censor digital se nutre de algoritmos carentes de humanidad para los que la contrición y el perdón no existen.
Arturo Pereira