A estas alturas del calendario del cualquier otro año estaríamos apurados preparando la maleta para salir disparados de vacaciones o lamentándonos de no poder hacerlo. Este 2023, sin embargo, el Armagedón se ha hecho fuerte en nuestras agendas mientras esperamos ansiosos la llegada de las elecciones. Ya no hay patitos de goma, ni tumbonas, ni salacots que merezcan nuestra atención. Nos acostumbramos a lidiar con una guerra brutal en el patio de atrás de Europa, una pandemia devastadora a la que mirábamos a los ojos cuando íbamos al supermercado y ahora, por no perder intensidad, nos enfrentamos, nada más y nada menos, que a unas elecciones generales.
Lo de la fiesta de la democracia siempre fue cursi pero ahora suena a broma de mal gusto. Los unos y los otros llenan horas de televisión, titulares de prensa y mensajes en redes sociales alertando del fin del mundo. A nadie sorprendería a estas alturas leer que Sánchez hubiera formado un comando con ETA para hacer las Américas, que Abascal y Feijóo se hubieran asociado para apalear pobres por las esquinas o que Yolanda Díaz, por fin, hubiera matado un cerdo a besos.
El 23 de julio nos jugamos mucho pero basta ya. Al día siguiente los que se iban de vacaciones se irán a Benidorm y los que no pueden permitírselo seguirán desesperados porque las cosas no van bien. Ni Sanchez ganará la guerra de Ucrania imitando a Jack Ryan ni Feijóo invadirá Marruecos a lo Lawrence de Arabia. Los españoles somos libres y podemos estar mas o menos boyantes pero no podemos caer en la trampa del discurso apocalíptico de esta campaña electoral. Es pura democracia. El mundo no se acaba porque gane el otro, el día 24 todo seguirá igual. Claro que hay que votar y que es trascendente pero el día seguirá siendo día y la noche seguirá siendo noche gobierne quien gobierne.
Nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestras creencias permanecerán intactos aunque quieran convencernos de que si ganan los contrarios nos veremos abocados a convertirnos en fachas o perroflautas. Usted y yo seguiremos siendo buenos o malos independientemente de quien gane las elecciones. Ojalá ganen los suyos o los míos, poco importa, la cuestión es que el 24 de julio seguiremos siendo nosotros aunque algunos empeñen su campaña en intentar convencernos de lo contrario. Que nadie se piense que va a conseguir un sueldo de diputado por acertar el equipo ganador.