De Soldados muertos y espíritus que guían

Este que les escribe no es especialmente dado a cultivar el realismo mágico, pero hay ocasiones en la vida en las que nos suceden hechos sorprendentes que escapan a la lógica y caen en el campo de lo trascendente o del mundo que hay más allá de los días cotidianos por los que transcurren habitualmente nuestras vidas.

Esto no es cuento, aunque tal vez podría serlo, pues ocurrió, no en invierno (donde suceden todos los cuentos que valen la pena y más gustan a nuestros hijos), sino al final de los días de un verano de hace ya más de diez años.

En agosto del 2013 me coincidieron dos hechos vinculados a la historia de la que he hecho tanto mi profesión como una de las pasiones calladas y sencillas de mi vida. A finales de agosto de aquel año, el último viernes del mes, había sido invitado a impartir una conferencia sobre la Guerra de la Independencia y el Sitio de Castro Urdiales de 1813 en dicha villa cántabra. Igualmente, al día siguiente, grupos de recreación de la Asociación Napoleónica Española, de los que formo parte, se reunían en el extremo oriental de la costa cantábrica, en Irún, para celebrar el bicentenario de la batalla de San Marcial. En la misma, librada el 31 de agosto de 1813, las tropas del 4º Ejército Español derrotaron al último ejército francés expulsándolo al otro lado del río Bidasoa luego de cinco años de la terrible Guerra de Independencia, guerra que asoló a España y causó la muerte de medio millón de españoles de una población de doce; ciudades, campos, familias, vidas, patrimonio arrasado por los hijos de la libertad, la igualdad y la fraternidad…

«Laderas del Monte de San Marcial, 1813, Robert Batty»

En aquella batalla combatieron, dentro de la 1ª Brigada de la 3ª División, al mando del célebre brigadier Diego del Barco, mis paisanos del Regimiento de Infantería de Voluntarios de León, junto con sus hermanos de armas gallegos de los Regimientos de Toledo y Monterrey.

Como no podía ser menos el grupo de recreación Voluntarios de León 1808 – 1814, creado en Astorga ocho años antes nos conjuramos para participar en bloque en aquel evento. No solo eso, a fuerza de historiador insistí en que en los actos de homenaje institucionales a las tropas españolas que habían vencido a las águilas imperiales hacía dos siglos, teníamos que hacer un especial recuerdo a nuestro Regimiento de Voluntarios de León. Por ello recuerdo que había dejado encargados unos días antes en Laredo (ciudad próxima a Castro, en la que había pasado unos días de vacaciones con mi mujer e hijo) una corona de laurel y una pequeña placa de metal dorado para colocar en el monolito conmemorativo de la batalla erigido cien años antes, en 1913. No comunicamos nada a la organización vasca de nuestras intenciones; además de acudir a participar en la recreación y disfrutar con amigos y compañeros de recreación de muchos países de Europa, los leoneses íbamos a honrar a nuestros muertos.

Así que aquel viernes salí por la mañana de Astorga en mi coche rumbo a Santander. Tras cruzar la gran cordillera por Aguilar de Campóo entré en los campos verdes de Cantabria y tomé la autovía que sigue paralela al mar. A primeras horas de la tarde paré en Laredo y recogí de una floristería y de una ferretería la corona de laurel y la pequeña placa a los Voluntarios de León (otro miembro del grupo se encargaba de llevar la pistola de silicona para pegarla de manera ilegal y subrepticia al monolito cuando nadie nos viera). El horario era apretado, yo daba la conferencia en Castro Urdiales, al lado de Laredo, a las 21.00 horas, tras ella la organización me invitaba a cenar y me daba una noche de hotel. Pero es que al día siguiente en Irún, en lo alto del monte de San Marcial comenzarían a las 10,15 de la mañana los actos de homenaje y recreación de la batalla. Mis compañeros de grupo habían llegado a Irún al atardecer de ese mismo viernes. Yo tendría que madrugar mucho, coger mi coche y conducir en la noche de un tirón desde Castro Urdiales hasta Irún, por carreteras que no conocía. Allí habría de llegar con el tiempo justo para localizar el polideportivo donde se alojaban todos los grupos de recreación españoles y europeos, cambiarme corriendo y tomar uno de los autobuses que la organización ponía para subir al monte de la batalla donde estaba restringido el acceso con automóvil.

Huelga decir que yo no conocía Irún, nunca había estado en ella; igualmente recuerdo que en aquella época no había aún navegadores en los teléfonos móviles (¡yo tenía un teléfono del 2013!). Tendría que llamar mientras conducía a alguno de mis compañeros de grupo para que me diera la dirección del polideportivo, apuntarla como pudiera en un papel mientras conducía, y tratar de localizar el lugar cuando llegara a Irún, con apenas una idea vaga de su situación en el casco urbano de la ciudad fronteriza con Francia. Recuerdo que pensé que ni iba a llegar a tiempo de encontrar el polideportivo, ni de vestir mi uniforme, ni de tomar mi equipo con la bandera del regimiento, la corona de laurel y la plaquita, ni mucho menos de tomar uno de los autocares de la organización.

Decidí que tendría que buscar un taxi o alguien que me subiera al monte de la batalla, y era más que probable que llegara tarde a la ceremonia oficial. Los Voluntarios de León de 1813 no recibirían formalmente su corona de laurel ante las autoridades reunidas para la ocasión.

Y además tenía mi Conferencia en Castro la noche antes. Conferencia que al tratar el tema de la destrucción de la Villa por las tropas imperiales en mayo de 1813 había despertado gran expectación. La impartí en la Casa de Cultura de la Villa ante un nutrido público, atendiendo luego a muchos medios de prensa y medios locales. La charla resultó muy bien, aunque como todos en la vida, tenemos un pasado, y por determinada circunstancias de mi vida en otras visitas hechas al lugar, todo el contexto me traía una cierta melancolía.

Durante la animada cena con los organizadores un frente atlántico entró por la costa y la noche se volvió negra como la boca de un lobo leonés del monte Muga sobre Lucillo; llena de viento, de lluvia y de frío. Me acosté sabiendo que me iba a levantar a las cinco de la mañana para salir con tiempo hacia Irún. La Corona de laurel no podía llegar tarde a su cita, era la primera que los Voluntarios de León iban a recibir en doscientos años. Tras un breve sueño reparador en esas geniales sábanas de hotel que tanto nos gustan, y merced a la bondad del recepcionista de noche del Hotel pude desayunar a solas escuchando el sonido del viento y la lluvia sobre los cristales del solitario comedor de la cafetería del hotel. Por si fuera poco mi móvil había dejado de funcionar, el cargador se había estropeado y lo tenía totalmente descargado.

Irún. Recreación de la batalla de San Marcial. F. de la Hera

Monté en mi coche, en medio de la madrugada cerrada y tomé la autovía siempre en dirección este, hacia Francia. Viento, lluvia, oscuridad y el pasar continuo de los limpiaparabrisas me acompañó durante dos horas, no se podía correr mucho pues la visibilidad era muy mala; ello comenzó a retrasarme. Decidí que pararía en alguna gasolinera que viera a fin de comprar un cargador nuevo para mi teléfono que se adaptara al enchufe del automóvil. Así, sobre las 9 de la mañana, mientras seguía conduciendo, llamaría a algún miembro del grupo para pedirle la dirección del polideportivo. Recuerdo ir mirando, mientras conducía, a mi corona de laurel y decirla moviendo la cabeza:

  • “No vamos a llegar a tiempo de tomar ese autobús hacia el monte de San Marcial”…

Como uno es un romántico, me sorprendí pensando en los Voluntarios de León de 1813, diciéndome, “Como no me ayudéis un poco, voy a entrar en Irún y daré y daré vueltas y vueltas hasta que encuentre el dichoso polideportivo, voy con el tiempo justo, llegaré tarde, no tendré tiempo de cambiarme ni de tomar el autobús con todo el grupo…como no me ayudéis no llego a tiempo, vuestra corona de laurel será colocada después de los actos”

Paré de madrugada en una gasolinera en medio de la lluvia; encontré un cargador compatible para mi móvil. Reanudé el viaje a la altura de Eibar y observé con alivio que el móvil empezaba a cargarse, eran ya las 7,30 de la mañana, y el autobús me habían dicho salía para el monte de la batalla hacia las 9.20. Estaba a una hora de viaje, pero tenía que conseguir llegar al polideportivo al primer intento, cambiarme en 20 minutos, subir con todos los recreadores…no podía tener fallos de orientación, y aún no sabía la dirección del polideportivo, y como no existían los navegadores en los coches, viajaba a la antigua, a la heroica, calculando el trayecto por la velocidad del coche y los kilómetros que marcaban los carteles de la autovía…

A las 8,20 encendí el móvil, y tras varios intentos logré hablar con un miembro de mi grupo, me dio la dirección pero no tenía idea alguna de cómo llegar al lugar entrando desde la autovía, dado que habían llegado en la noche del viernes…

Así que me encomendé, con un suspiro, a los Voluntarios de León de 1813. No iba a llegar, me repetí a mí mismo. Aceleré y observé que la borrasca pasaba abriéndose el sol a la mañana sobre el mar cantábrico a mi izquierda…

Por fin la autovía marcó la salida hacia Irún. Sin saber muy bien por qué, descarté la primera salida y tomé la segunda. Eran las 8.45, los autobuses de la organización salían hacia el monte de la batalla a las 9.20, era imposible encontrar el lugar a la primera…entré en Irún, una ciudad preciosa y limpia, llena de calles peatonales, no vi cartel indicador de polideportivo alguno, así que seguí y seguí y seguí y al final de la primera y única avenida arbolada que tomé vi una gasolinera, eran ya las 8,55, no llegaba…, paré, ya sin prisas, me bajé y le pregunté al chico que atendía los surtidores por el polideportivo y le dije la dirección. El chico me miró entre extrañado y sonriente…

– Pero si lo tienes ahí, me indicó con la cabeza. A veinte metros, tras de mí, estaba el polideportivo…vi a recreadores ya vestidos y equipados que pululaban alrededor de los autobuses. Miré mi reloj, eran las 9.00 de la mañana.

Me quedé perplejo. Había llegado a la primera. Era imposible que hubiera llegado a las puertas del polideportivo a tiempo, por casualidad; esas cosas no suceden en la realidad. Nunca más en mi vida me he sentido ante algo de naturaleza sobrenatural de manera más clara que aquella mañana en Irún.

Le di las gracias al empleado de la gasolinera y me fui corriendo al polideportivo, no antes de mirar dos segundos al cielo y darles las gracias, entre asombrado y algo asustado, con piel de gallina, a los Voluntarios de León que, sin duda me habían guiado. Como cristiano católico que soy recé una oración de gracias y les sonreí. Esa noche bebería, como buen soldado, por ellos.

No en vano, eran los primero interesados en que uno de sus subtenientes del siglo XXI llegara a tiempo para que tuvieran su Corona; a los soldados no se les ponen flores, sino laureles…Y la tuvieron…

Irun. Recreación de la batalla de San Marcial.
F. de la Hera

 

No importa donde estés, o lo que hagas, o con quien estés… si crees que nada de lo que bueno que hacemos deja de tener su eco en los años que han de venir, alguien se acordará de ti.

“Vosotras duraréis, doradas palabras

Que en el vasto océano de los tiempos

Librarán del naufragio a tantos héroes

Que en vuestros campos con honor murieron;

No las sumergirá el profundo olvido”

 

Juan Bautista Arriaza, 1815

 

Arsenio García Fuertes

Doctor en Historia

Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

Subteniente de Voluntarios de León, 1808 – 1814.

3 comentarios en “De Soldados muertos y espíritus que guían

  1. Sin palabras!!.. una experiencia extraordinaria de este extraordinario y merecidamente reconocido historiador que nos tiene acostumbrados a sus apasionantes relatos de nuestra historia.
    Felicitaciones y gracias!!

  2. Parece una historia hecha para un libro de suspense ..imaginaba q iba a haber un final feliz,como así fue ..
    Sin duda todo lo q ocurrió fue fruto de algo nada casual.

  3. La historia es siempre apasionante al menos para mí y también » la maestra de la vida». Magnífico relato .

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