De perros y perrerías

La noticia de la muerte de una enfermera zamorana, tras ser atacada por varios mastines, cuando paseaba por el campo, ha sido el último impulso que yo necesitaba para reflexionar -y escribir- en torno a la creciente presencia de perros en nuestras ciudades, y entorno a los problemas de higiene y convivencia que ese fenómeno está causando, en muchos casos, con la cómplice inacción de las Administraciones.

A mí, me parece muy bien que las nuevas normativas establezcan la obligatoriedad de dar estudios a los perros o de instaurar para estos más derechos de los que puedan corresponder a las personas de edad, pongamos por caso. Por cierto, conozco familias que mientras dispensan toda suerte de atenciones a su mascota perruna, tienen al abuelo en una residencia. Tampoco considero un disparate que algunos propietarios papanatas transporten a sus canes canijos, en carritos, como los de los niños, o que los abriguen con una gabardina para que no sufran las inclemencias del tiempo. Incluso, puedo llegar a comprender que algunas personas lleguen a besar el morro de sus animalitos de compañía que, por si no lo saben, es la parte de la cabeza que estos suelen colocar en el culo de sus congéneres cuando tratan de intimar. Pero allá cada cual, con sus excesos amorosos.

Sin embargo,  lo que ya no alcanzo a comprender es la pesadez de los `perrófilos´, es decir, los apasionados de los perros que, inasequibles al desaliento,  tratan de convencer al resto de la humanidad de lo maravillosa que es la vida, cuando tienes que sacar a un perro cuatro veces al día para que cague y/o mee, para que el chucho estire las patas, aunque diluvie,  o para que la criatura le eche el ojo a una perrita de la vecindad, que ya se sabe que en el reino animal, la jodienda, tampoco tiene enmienda.

Además, a los `perrófilos´ nunca les faltan argumentos cuando, el que no lo es, trata de justificar su rechazo hacia las mascotas, aludiendo a los comportamientos, no siempre previsibles y a veces hostiles de los perros. El más frecuente se resume en la frase, `no, mi perro no es de los que muerden, ladra a los niños y a los jubilados, pero es muy tranquilo´. Bien, pues creo que todos conocemos muchos casos de personas que han sido atacadas por canes que, hasta el momento de la agresión, llevaban una existencia muy relajada, con un uso siempre responsable de su dentadura.

La naturaleza de los perros es la que es y, aunque sus propietarios crean permanentemente que el suyo está más cerca de la beatitud que de las malas tentaciones, esto no es así. Siempre existe el riesgo y de ahí la conveniencia de llevar a los perros con las debidas medidas de seguridad para que no se conviertan en una amenaza para nadie. Medidas que, por cierto, no siempre se aplican, lo mismo que ocurre con las que tienen que ver con la higiene pública de las mascotas.

Afortunadamente, se ha avanzado mucho en lo que a la recogida de excrementos sólidos se refiere, por parte de los propietarios de los canes. Pero no ocurre lo mismo con sus aguas menores. Pocos son los portales o las fachadas de edificios que no tienen la huella indeleble de las evacuaciones líquidas de los perros. Algunos ayuntamientos han tratado de obligar a los propietarios a verter agua, después de cada evacuación, pero el cumplimiento de esta norma es tan infrecuente como el cumplimiento de las promesas electorales.

Hay estadísticas que ya han acreditado la existencia en España de un mayor número de perros que de niños. Y si no se fían de ellas nada más tienen que recorrer cualquier calle de cualquier ciudad para comprobar que por cada niño el viandante se puede encontrar con no menos de siete perros, lo que, bajo mi punto de vista no es un dato que nos lleve, precisamente, a la esperanza. Bajo mi punto de vista, este es un hecho bastante desesperanzador porque pone en evidencia una serie de aspectos muy negativos de lo que hoy es y representa nuestra sociedad.

Después de leer estas líneas, alguien podría pensar que yo milito en una especie de `perrofobia´ y por eso me apresuro a aclarar, para no despertar las furias justicieras de los animalistas más fervorosos, que no es así. Evidentemente, ni comparto ni voy a compartir mi vida con un perro, pero si me gustaría que los chuchos dejaran de ocupar mis espacios, mis costumbres, y mis libertades. Ya hemos conseguido humanizar muchas de nuestras ciudades, gracias a las políticas de peatonalización de espacios, antes dominados por el ruido y la contaminación, y ahora no deberíamos permitir comportamientos o perrerías que nos impidan disfrutar de las cotas de bienestar alcanzado.

¡Guau!

Angel María Fidalgo

 

 

 

 

 

3 comentarios en “De perros y perrerías

  1. Pues va a ser cierto que en España de cada cuatro Cabezas una piensa y tres embisten usted distinguido escritor no tenga duda de que está entre estas últimas.

  2. Que fácilon es posicionarse cuando pasa algo malo,solo comentar cuando es obvio, a ver si cuando algun bestia de dos patas mata a otro porque si,o por que puedo,…pues también metes baza y opinas qué hacer para que no compartamos espacios.

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