De las Guerras de nuestros antepasados y de los odios presentes

Comencé a viajar a Madrid de manera regular a partir del año 1992, el mismo en el que buena parte de mi servicio militar lo llevé a cabo en una estación de radio del Estado Mayor de la Armada al norte de Madrid. Luego, otras circunstancias personales me llevaron a viajar a la gran ciudad los fines de semana, cada quince días, y luego de un intervalo de unos años, que te marcan las alegrías y penas de la vida, reanudar esos viajes incluso semanalmente.

Estos viajes pronto los empecé a realizar por carretera, en mi coche. Y como muchos conductores al llegar por la autovía A-VI a la altura de Adanero he tomado durante muchos años (y lo sigo haciendo) el desvío a la antigua Nacional-VI para ahorrar el peaje de la autopista (en contra de lo que se piense el sueldo de un funcionario nunca dio para demasiadas alegrías). En las docenas y, luego, cientos de viajes que he hecho en estos últimos 25 años de mi vida (los viernes por la tarde y los lunes de madrugada de regreso) siempre reparé en un pequeño monumento situado a pocos metros de la carretera a la salida del pueblo segoviano de Labajos. El mismo es un recuerdo de la Guerra Civil española y fue levantado en homenaje de uno de los líderes de la Falange Española y de las Jons, el vallisoletano Onésimo Redondo (Quintanilla de Abajo, Valladolid, 16 de febrero de 1905-Labajos, Segovia, 24 de julio de 1936).

Es muy difícil no ver el monumento que, por alguna extraña razón, en esta tierra de caínes (asolada durante siglos por el silencio, por el frío del invierno y por sol del verano),  de Damnatio Memoriae y ajustes de cuentas, pervive aún. Al cruzar el pueblo tienes que reducir la velocidad mucho, tanto por la ética de conductor como por los radares instalados desde hace años por la DGT. Por todo ello, en los meses de verano con la ventanilla bajada, y en los de invierno con la calefacción del coche puesta, lo ves:

“Onésimo Redondo, Caudillo de Castilla, Presente”

 

 

Incluso recuerdo una tarde de verano que, camino de Madrid, al pasar por el pueblo, me llevé la sorpresa de ver a dos chicos muy jóvenes, con la camisa azul ir caminando en silencio hacia el monumento llevando una corona de laurel. Reparé en la fecha, 18 de julio, el comienzo de la terrible guerra que enfrentó a hermanos de Caín y de Abel, desgarrando y ensangrentando España.

De igual manera llevo 25 años presenciando en cada ocasión que paso por Labajos una guerra continua, soterrada y presente en torno a dicho monumento. Cada cierto tiempo hay personas de izquierdas que aprovechan la noche para llenar de pintadas insultantes el monumento y a las pocas semanas los falangistas vuelven y echan una capa de pintura gris tapándolas, restaurando la construcción.

La situación dura poco, pues rápidamente las pintadas vuelven a aparecer, más insultantes aún hacia la persona que allí murió, el 24 de julio al comienzo de la Guerra Civil en un enfrentamiento armado entre republicanos y falangistas.

Y la historia continua, pues a veces tras unas semanas, o luego de dos o tres meses, vuelven los falangistas, y en silencio, a la luz del día, tapan con otra capa de pintura las pintadas e injurias…, y así, en esa guerra sorda, llena de odios mutuos y ningún respeto por los muertos (España es un país donde los difuntos y sus descendientes siguen en guerra gracias a odios que no mueren, alimentados por ideologías de diversos colores), la Guerra Civil sigue presente en Labajos cada vez que sigo cruzando con mi coche de camino o de regreso a Madrid.

Curiosamente hace tres meses los dos bandos en guerra parece que han llegado, tras la última vandalización del monumento, a una tregua o estatus quo…. fruto tal vez del cansancio, de un acuerdo tácito, o de la ignorancia supina de la historia que los hijos y nietos de los que lucharon, gracias a la ESO, muestran hoy en día (Ley educativa que bajó los niveles de instrucción y conocimiento de la historia de España hasta niveles parecidos a los de comienzos del siglo XX con aplauso y acuerdo de todas las fuerzas políticas y de las familias españolas).

Resulta que en el último ataque con pintadas al monumento, las manos republicanas del espray, además de los habituales insultos a los muertos del otro bando, añadieron:

 

¡¡¡3ª República Ya!!!

 

Al poco, volvieron los falangistas, taparon los insultos, pero dejaron la loa a la Tercera República. Desde entonces así sigue el monumento. No ha habido la consabida reacción denigratoria al muerto y los dos bandos parecen darse por satisfechos. Es muy posible que dada la ignorancia de la historia del respetable, los amigos del espray no sepan que los falangistas siempre fueron republicanos y antimonárquicos (eso sí, devotos de una república Social, antipartidista, anticapitalista, contraria a la democracia y a la sociedad de clases). “No queremos tener Reyes Idiotas” rezaba una de sus canciones políticas de los años treinta.

El tiempo dirá si la paz ha llegado a Labajos o se reanudará de nuevo la atávica pugna del odio a los vivos a través de sus muertos en esta tierra castellana a los pies de la Sierra de Guadarrama, camino de Madrid.

Conociendo como es la vieja piel de toro, creemos que no. Pronto uno de los bandos reanudará la guerra, y el otro responderá….

Arsenio García Fuertes

Doctor en Historia

Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

 

3 comentarios en “De las Guerras de nuestros antepasados y de los odios presentes

  1. Excelente artículo y muy a proposito… precisamente (y esto es solo un dato estadistico, no una opinión) es para pensar que los españoles acordemos en aquello que mas daño nos haria: volver a una República…
    Estadistica pura: de los 20 paises mas desarrollados del mundo, el 75% son monarquias. De los 20 paises mas pauperizados del mundo casi el 100% son republicas (la mayoria de ellas socialistas o facistas)

  2. En esta España nuestra hace mucha falta una labor de pedagogía y de civismo que llegue a tanta gente asilvestrada como anda poe ahí suelta.
    Excelente artículo.
    Fuerte abrazo.

  3. Interesante artículo, aunque hay un detalle que no puedo dejar de observar: se equipara a ambos protagonistas (izquierdistas y falangistas) como si ambos estuvieran al mismo nivel, pero al describir los hechos queda claro que no es así: sólo unos (los izquierdistas) insultan y llenan de pintadas un monumento funerario, mientras que los otros (los falangistas) se limitan a restaurar el monumento, sin insultar a nadie. Me parece obvio que ambas actitudes están moralmente a un nivel muy distinto, algo que el autor parece obviar…

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