Cuestión de kilovatios

Vaya por delante, en evitación de eventuales y precipitadas críticas, que me incluyo entre las personas que consideran la Navidad como una de las celebraciones más importantes del año, tanto desde el punto de vista familiar como -perdonen el atrevimiento- desde el punto de vista religioso. Digo esto último porque no son pocos los ciudadanos que, en nombre de su laicidad militante, cuestionan de forma radical el sentido y el contenido religioso de la Navidad, rechazando a todos aquellos que, obsesivamente, seguimos pensando que lo que se conmemora en esta solemnidad es el nacimiento de Jesús en Belén, y no la llegada de la nieve a las estaciones de esquí, como afirman los apóstoles del laicismo.

Y, dicho esto, me voy a referir a esa carrera enloquecida y muy competitiva, que han emprendido este año casi todos los ayuntamientos para sorprender a sus ciudadanos y visitantes con la contratación del mayor número posible de kilovatios en sus iluminaciones navideñas que, además, cada vez, se encienden antes.  No hay una fecha oficial en el calendario para el inicio de la mentada competición lumínica y municipal, pero lo cierto es que las corporaciones también se afanan para ser los primeros en la activación de las luces y, consecuentemente, en el comienzo oficioso de las fiestas.

Hace años, la Navidad se empezaba a hacer presente, en todas las ciudades, en las dos últimas semanas del mes de diciembre, con la fecha del 22, que parecía marcar el comienzo oficial de la celebración, por las vacaciones escolares y, sobre todo, por el Sorteo Extraordinario de la Lotería, que llenaba la mañana de ese día con las voces inconfundibles de los niños de San Ildefonso, cantando los premios y las pedreas.

Pero, por no se sabe que razones, con el paso del tiempo, el arranque lumínico, social y comercial de la Navidad se ha ido anticipando en el calendario de forma que ya son muchas las localidades que empiezan a adornar sus calles, nada más pasar el mes de octubre. Y lo mismo ocurre con los comercios y grandes almacenes que, por esas mismas fechas, comienzan a ofrecer a sus clientes todo tipo de artículos navideños, lo que yo no sé si es una buena estrategia comercial, teniendo en cuenta que para animar las compras es necesario que exista el ambiente adecuado. Y, claro, no es nada fácil lanzarse a la compra de las bolas y las luces de colores, cuando los ciudadanos todavía tienen en la memoria la rememoración de los difuntos y en el paladar el sabor de los huesos de santo.

Hasta hace no mucho, era la ciudad gallega de Vigo la que ocupaba el primer puesto de esta clasificación navideña de municipios deslumbrantes, gracias a los generosos y crecientes presupuestos que su alcalde, Abel Caballero, ha venido aprobando con este propósito. Este año creo que la inversión ha superado los 4 millones de euros.  Pero la verdad es que la cuantiosa dotación presupuestaria le suele salir bien al Municipio, porque todos los años son miles los ciudadanos de distintos y distantes orígenes que acuden a Vigo, siguiendo la llamada, al parecer, fascinadora de las bombillas de colores, que adornan e iluminan sus calles principales, sin regatear ni watios ni decibelios.

Ahora ya son muchas las ciudades que se han subido al carro de las asombrosas iluminaciones navideñas, y por ello no es nada fácil establecer cuál es la que ocupa la primera posición en esta materia. Porque, claro, no solo se trata del mayor gasto presupuestario; en la actualidad los municipios contendientes también intentan impresionar a la concurrencia con el pino más alto o el adorno más espectacular o el efecto lumínico más llamativo o la megafonía más ensordecedora.

Es decir, son ya tantos elementos a considerar, que es muy difícil determinar cuál es la ciudad que ocupa el primer lugar de la clasificación. Puede ocurrir que una se lo merezca por ser la que tiene el pino más alto, pero también puede suceder que exista otra que merezca la misma distinción por colocar 10.000.000 de bombillas más en sus arcos luminosos o por contar con una megafonía que se oiga a kilómetros de distancia, pongamos por caso.

Astorga, nuestra querida ciudad, no participa en esa carrera municipal del deslumbramiento navideño. Por fortuna y por méritos propios fue distinguida hace unos años por una empresa bombonera y gracias a eso cuenta con una iluminación muy atractiva, que no ha generado gastos excepcionales al Ayuntamiento y que es muy apreciada por los astorganos y por muchos visitantes que acuden para disfrutarla como se merece. Bueno, no estaría mal que nuestra Corporación, insisto, sin incurrir en dispendios presupuestarios como los de otros municipios, si procurase mejorar la iluminación navideña de la plaza Santocildes, que resulta demasiado pobre y sombría, en comparación con su vecina, la luminosa plaza de España.

Es cuestión de voluntad y de kilovatios.

Por cierto, Feliz Navidad

 

Ángel María Fidalgo