Cuernos

España es país tragicómico en el sentido de hacer comedia de sus tragedias y tragedia de sus comedias. Somos la ambivalencia del Quijote y Sancho en carrera de relevos entre la risa y el llanto. No falta el chiste en la desgracia ni el sollozo en lo hilarante.

Para nosotros los asuntos de cuernos son razón de estado. No hay que extrañarse de la afirmación en territorio que se deja llamar piel de toro, y que ha hecho de la tauromaquia núcleo de su cultura. Los toreros, marcando paquete, son el paradigma del arrojo, mientras los astados representan la bravura domesticada por la muerte en acto de servicio. Pocas cosas más hispanas.

Siendo así, los cuernos son un poliedro. En una de sus caras, las masas confluyen en ceremonias de algazara y fatalidad. El triunfo del lidiador es la liquidación del animal. La revancha de éste se empecina en la cornada menor o mayor. El toreo guarda arcanos antropológicos. Sangre y gloria se solapan en la arena.

Los cuernos son metáfora del engaño cuando salen de la plaza y se instalan en el diario discurrir. Aquí las personas lidian con las condiciones humanas. Las cornadas en estos teatros también dejan señuelo de dolor y desquite.

Buen aserto acaban de dejar dos parejas de la alta sociedad, donde la estocada hasta la bola de poner cuernos y recibirlos no se ha andado por las ramas de las apariencias. Las partes corneadas han reaccionado con la dialéctica del dolor punzante por la traición de quien, supuestamente, menos se espera. Esas cosas solo le pasan a los otros.

Imposible no trazar las lindes de las clases sociales. La relevancia de los personajes exige la plaza de primera que es el papel cuché de los medios de comunicación elegantes. En otros ámbitos, el ataque de cuernos se dirime a cruce de navajas cachicuernas en los arrabales de las conciencias. Es la crónica negra de una España que no ha dejado de leer El Caso. Es la vida misma en las plazas de tercera.

Entretanto, el público se explaya en la fase cómica de la tragedia. En los antiguos  mentideros del Madrid de los Austrias se hablaba de los engaños de una actriz, Jusepa Vaca, a su marido, empresario teatral. Así lo proclamaban: con tanta felpa en la capa/y tanta cadena de oro/el marido de la vaca/¿Qué puede ser, sino toro?

ÁNGEL ALONSO