El CIS ha publicado los resultados de la última encuesta realizada acerca de las percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Esta vez no hay polémica sobre la veracidad de los datos ni sobre la cocina de los mismos. Esta vez, el contenido resulta tan jugoso que los comentarios y análisis se centran en él.
Quizás el dato que más ha llamado la atención es el que muestra que el 44,1% de los hombres y un 32,5% de las mujeres aseguran que “se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”. Urge que esas personas sean repreguntadas para que nos aclaren en que se concreta esa supuesta nueva discriminación que ahora están sufriendo los hombres. Es posible que yo sea poco objetiva y que, igual que me sorprendió en su día, que jóvenes universitarios fueran incapaces de detectar micromachismos en una película llena de ellos como “Valerian y la ciudad de los mil planetas”, hoy, sin yo saberlo, esté ofuscada y por eso sea incapaz de detectar esas nuevas discriminaciones que los hombres dicen estar sufriendo en la actualidad.
No soy capaz de percibirlas porque veo un montón de fotos de eventos públicos (inauguraciones, premios, ruedas de prensa…) en las que todos los protagonistas son hombres; me cuentan anécdotas de las cenas y comidas navideñas en las que el peso de la decoración de cocinas y salones, la planificación y la elaboración de los menús ha corrido a cargo de nosotras; he constatado que quienes hacen un parón en su vida laboral y profesional para el cuidado de sus hijos o de sus mayores mayoritariamente son mujeres.
Así las cosas, creo que algunos hombres perciben que la costumbre de existir como fuerza dominante en la sociedad es un derecho suyo que no quieren perder. Por eso, no es que hayamos llegado tan lejos sino que queda mucho camino por recorrer. Me preocupa especialmente la fuerza que ese sentimiento tiene entre varones de entre 16 y 24 años ya que alcanza un 51’8%. Me preocupa que esos jóvenes provoquen un giro en la agenda política y se reduzcan a la mínima expresión las acciones destinadas a prevenir y erradicar la desigualdad que objetivamente todavía existe entre hombres y mujeres.
No hay que temer la igualdad. Es la desigualdad la que nos debilita como sociedad y la que enturbia la convivencia. Asique, tomemos nota y sigamos trabajando con tesón para conseguir un mundo más justo, más solidario, más igualitario y por tanto más feliz para hombres y mujeres.
El miedo del 44,1% de perder sus privilegios, nada más.