Todavía es pronto para evaluar las consecuencias de la pandemia. Algunas, por evidentes, dramáticamente evidentes, nos han dado una bofetada de realidad que nos ha sacado de nuestras ensoñaciones virtuales y más propias de Antoñita la Fantástica. El mundo sigue siendo, a pesar de nuestros empeños, un lugar duro en el que el hedonismo social del que hacíamos gala no tiene cabida.
Además de los fallecidos, dolor por la pérdida de los seres queridos, angustia por la pérdida de empleo, esta pandemia está provocando unas contradicciones cuyas consecuencias finales todavía están por determinar. Frente a la pretendida normalidad anterior a la crisis, nos encontramos con una anormalidad, o como se le quiera definir, pues ni en esto nos ponemos de acuerdo, que puede llegar a provocar un cortocircuito de nuestro cuerpo y alma.
Veamos. Una primera contradicción la podemos encontrar a nivel global. Dábamos por hecho que el mundo había menguado, empequeñecido, se hablaba de aldea global. Incluso cuando comenzó la pandemia se le achacó a esta circunstancia la rápida expansión del virus. Bien, con el paso de los meses ya no pensamos en términos globales, si acaso solo para hacer comparativas y ver quién está sufriendo un mayor impacto para consuelo nuestro. Ahora, solo pensamos en términos geográficos que no van más allá del Manzanal. Nos preocupa cómo evolucionan el número de contagiados en nuestro entorno más próximo que se ha reducido a nuestra ciudad, pueblo o incluso centro de salud, porque lo del área de salud pocos saben lo que es.
Un ejemplo de lo anterior; León capital está confinado, pero más allá de los intereses familiares o económicos que pueda tener alguien que no resida allí, la preocupación del resto de habitantes de la provincia es cómo está la situación en su lugar de residencia. Otro dato significativo al respecto es el hecho de que las ofertas para comprar casas en los pueblos se han disparado. Pueblos que han sido puestos en el mapa gracias al COVID. Se está produciendo una reducción de nuestra cosmovisión del mundo. En cierto modo supone volver a un concepto medieval de la vida; la aldea y castillo como núcleo de convivencia. Tenemos una pandemia global, una amenaza global que nos encierra en nuestro entorno geográfico más inmediato.
Segunda contradicción. Se apela a la solidaridad y responsabilidad de cada uno de nosotros para combatir el virus y por otro lado se nos invita a reducir contactos incluso a nivel familiar. Es difícil, aunque tiene su razón de ser científica, interiorizar que debes ser solidario con todo el mundo y máxime con la familia pero no poder darle un abrazo a tu padre de ochenta años para protegerlo. Va contra nuestra naturaleza e instintos. Esto genera estrés.
La falta de sociabilización está siendo estudiada por diversas universidades y ya se han adelantado determinas conclusiones. El encierro prolongado ha sido valorado muy negativamente por las consecuencia físicas y psicológicas que acarrea. Así, se pone de manifiesto que los problemas cardiovasculares aumentan, falta de diagnósticos de todo tipo de enfermedades también porque no se acude a los centros de salud, esto desde la perspectiva física. Las consecuencias psicológicas no son menos importantes, en este sentido se alude a depresiones, aumento del nerviosismo y agresividad.
Finalmente, una tercera contradicción; el gran volumen de normas con las que se bombardea a la población provoca cierta ansiedad, pero además cuando estas son contradictorias la sensación de desorientación es muy importante. Debo hacer la precisión de que la situación es muy compleja porque nadie tiene las soluciones rápidas y definitivas a este problema y muchos menos hace meses cuando todo comenzó. Por esto, es muy difícil hacer una planificación clara, precisa y mucho menos con un horizonte temporal definido, en consecuencia las normas que deben implementarla a veces se contradicen.
Sea como fuere, lo cierto es que estas contradicciones son interiorizadas por las personas pero con muchas dificultades para asumirlas. El desconcierto y sensación de no saber qué hacer nos llevan a dudar del éxito de tales medidas y a la desconfianza en aquellos que las dictan. Yo, por mi parte, entiendo que las administraciones responsables lo hacen lo mejor que pueden con los recursos de que disponen.
He pretendido poner algunos ejemplos de consecuencias colaterales de la pandemia. Consecuencias llenas de contradicciones y que están generando un deterioro social grave. No por ser colaterales debemos obviarlas, al contrario, debemos abordarlas para obtener consecuencias positivas de esta catástrofe que estamos viviendo. Siempre de las grandes crisis la humanidad ha salido reforzada. De momento, los pueblos se están revalorizando. ¡A ver si vamos a pasar de la España vacía a la España superpoblada!