Con los agricultores y ganaderos, siempre

Pensaba que, a estas alturas del calendario, después del tiempo transcurrido desde las primeras `tractoradas´ ya no serían noticia las protestas de los agricultores y ganaderos. Y lo creía así teniendo en cuenta las más que justificadas y razonables reivindicaciones del sector y, considerando también, la presunta capacidad de las Administraciones, tanto las nacionales como las europeas, para estar a la altura de este conflicto, aportando soluciones concretas y vías suficientes -y eficientes- de diálogo.

Pero no ha sido así, cuando escribo estas líneas, los agricultores y ganaderos siguen en las calles y en las carreteras, exteriorizando sus demandas, que todavía no han sido atendidas por mucho que algunos responsables políticos se esfuercen en demostrar lo contrario, eso sí, con muy poco éxito como lo demuestra el mantenimiento de un amplio calendario de movilizaciones para las próximas fechas.

Y por si esto fuera poco, los profesionales del campo se están teniendo que enfrentar, además, a la represión -a veces desproporcionada- de las fuerzas del orden, y a la irrefrenable idiotez verbal de algunos responsables políticos y/o sindicales que se están dedicando a la descalificación global e ideológica del colectivo, con términos tan injustificados como insultantes, posiblemente porque ni su inteligencia ni su sectarismo les permite ir mucho más allá.

No sé, apreciado lector, qué opinará usted, pero a mi me parece que nuestros agricultores y ganaderos están pidiendo algo tan razonable como es poder vivir de su trabajo, naturalmente, en unas condiciones dignas. Y para conseguir esto necesitan que su actividad no esté penalizada por una serie de normas y exigencias de difícil cumplimiento por parte, incluso, del mismísimo San Isidro, a pesar de todas sus capacidades sobrenaturales.

Y también necesitan que el resultado de su trabajo no sean las pérdidas y el desaliento, como ahora ocurre, sino unos beneficios razonables, gracias a la aplicación de precios rentables en todos sus productos; unos productos que, además, necesitan igualmente contar con las suficientes garantías para poder competir en igualdad de condiciones con los que proceden de otros países en los que, ni el coste de la mano de obra, ni las normas sanitarias y administrativas son tan exigentes como las nuestras.

Y nuestros agricultores y ganaderos también necesitan, finalmente, no tener que soportar la incansable persecución de una larga serie de apóstoles funcionariales del medio ambiente que, desde la confortable calidez de sus despachos, se dedican a plantear   más limitaciones a su actividad de las que plantearía la mismísima Greta Thunberg en sus tiempos de más agitado activismo medioambiental. Ahora parece que está más relajada, que la edad no perdona.

Los problemas y reivindicaciones ahora planteados por los agricultores y ganaderos no son nuevos, ni mucho menos. Tienen mucha antigüedad y mucha acumulación de promesas y compromisos adquiridos – e incumplidos- por parte de los responsables públicos, que parece que escuchan al sector en los momentos conflictivos, pero que luego vuelven a la indolencia, confiando en que las gentes del campo nunca se van a echar al monte.

Pero ahora parece que el hartazgo de los ganaderos y agricultores ya ha llegado a su punto álgido y por eso los responsables políticos se tienen que poner las pilas para atender, adecuadamente y sin más demoras, las demandas que ahora se les plantean. No solo está en juego la supervivencia de dos sectores esenciales de nuestra estructura económica, también está en juego algo tan esencial como es el abastecimiento de los mercados y, en definitiva, nuestra propia alimentación.

No soy un experto en la materia y por eso no sé cuales pueden ser las razones por las que a los agricultores se le pagan unos pocos céntimos por muchos de sus productos y luego, los consumidores, tenemos que abonar varios euros por esos mismos productos para poder llenar nuestra cesta de la compra, en cualquier supermercado. Entiendo que a los productos se les van sumando costes desde su origen hasta el destino final, pero es que en muchos casos no es que se sumen, es que se multiplican los costes, y claro, eso ya es algo de más difícil entendimiento.

Por eso, como escribo en el titular, con los agricultores y ganaderos, siempre.

 

Ángel María Fidalgo

 

 

 

Un comentario en “Con los agricultores y ganaderos, siempre

  1. las razones de por qué se le pagan unos céntimos y luego nos sablan en el supermercado… oferta y demanda. Inundan el mercado con productos de terceros países donde la mano de obra puede llegar a ser un 500% más barata y donde no tienen las trabas medioambientales, administrativas, fitosanitarias y medioambientales que impone la ruina de bruselas. ¿nadie se ha preguntado por qué tras semanas de paro en el campo los estantes del supermercado siguen llenos? Esto lo llevan haciendo lustros, arruinando la agricultura europea saturando el mercado para que el precio en origen sea el mínimo posible y sacar un margen de beneficio bestial. Si se limitase la importación, los precios en origen a fuerza subirían y a los intermediarios no les quedaría otra que reducir su margen de beneficio. Saldría ganando el agricultor y el consumidor.

Los comentarios están cerrados.