El rey ha muerto, ¡viva el rey! A rey muerto, rey puesto. Dos proclamas que describen los automatismos sucesorios de las testas coronadas. La muerte o la abdicación son el tránsito de un protocolo que la condición hereditaria de las monarquías convierte en relevo centelleante.
La esencia competitiva del deporte fabrica ídolos en cadena que son coronados como monarcas de la especialidad, a poco que encadenen un par de triunfos de prestigio. Los medios de comunicación son árbitros implacables en estos relevos de poder. Entronizan y decapitan en función del tirón mediático del momento.
Se vive en el tenis un esperado y afortunado relevo de campeones en lo que se presume continuidad del liderazgo nacional, que ayuda a lustrar la marca España. Al todavía rey de la especialidad le ha nacido un heredero con sobradas condiciones para la continuidad de la grandeza dinástica.
Pero lo esperanzador se trufa con lo preocupante. La prisa de algunos en liderar la intriga palaciega del cambio de corona es indicativa de un cocinado, más en horno microondas, que en el fuego lento que asegura el placer de los paladares.
Un respeto a Rafa Nadal, el todavía soberano. Un reinado cimentado en la cantidad y calidad de triunfos en batallas memorables, la última, como quien dice, hace unos días, cuando no se daba un duro por él, a causa de lesiones crónicas y edad venerable, pero que pasó por encima de un número uno veinteañero en plena forma física. Embolsarse de esa manera el veintiún Grand Slam, más que nadie en la historia, agiganta la leyenda de, quien se sepa, aún no ha abdicado. Se ha ganado a pulso el derecho a quitarse la corona cuando se le antoje, jamás a ser destronado por urgencias mercantiles de los medios.
Igual reverencia a Carlos Alcaraz, ungido ya en la familiaridad del diminutivo Carlitos. Soberbia proyección de futuro, pero los reinados se solidifican en años de brega y didáctica. Mucho camino por recorrer. Un rey se forja en la tranquilidad y en la permeabilidad al buen consejo. Maniobrarlo con el desatino de los apresuramientos interesados rompe el juguete.
ÁNGEL ALONSO