Callar no es otorgar

Conviene poner de manifiesto lo vacuo del dicho popular y más hoy al convertirse en dogma político o –mejor– en dogma de algunos políticos que lo utilizan para convertir silencios ajenos –al menos eso creen– en mudas laudatios de sus insostenibles lucubraciones. (…)
…Lo cual no tendría mayor importancia si las dichas lucubraciones afectaran en exclusiva al ámbito propio de esa clase, a sus estructuras e intereses, infiriéndose fácilmente en este caso que el silencio ajeno no es producto del asenso sino del desprecio más absoluto o, si quieren, de la indiferencia más humillante.

Pero no es el caso. Y por más que los teóricos escudriñen el origen y la “verdad” del dicho susodicho y remonten hasta Eurípides –así lo cuenta el periodista argentino Hugo Paredero, con lo que la anécdota sin llegar a serla se eleva a dogma de fe, faltaría más–, y la hija menor de Agamenón, su doliente Ifigenia, salve el cuello in extremis; cuando las elucubraciones de esa casta –fíjense que acaban de ganar una “e” y subido de “clase” a “casta”– ponen en solfa nuestros principios más sólidos, atacan descaradamente nuestra dignidad y nuestro legítimo patrimonio ancestral, mienten como bellacos y nos venden por menos de un plato de lentejas… entonces nuestro silencio es bastante más que estar callados.

Por cierto, con la misma rotundidad que niego la mayor del dicho niego también que el resultado de tanta bellaquería sea o termine en desastre. Muchos dirán que la Historia se repite y que ramalazos del pasado nos sortean a diario y no les falta razón. Mas la cuestión de fondo hoy es bien diferente. Todo, absolutamente todo en política hoy es una cuestión de dinero y de poder. El primero miedica siempre y el segundo –gracias a Dios y a la democracia– fugaz como la vida misma.

 

Por lo que no hay que preocuparse… demasiado.

 

2 de diciembre de 2023

Juan M. Martínez Valdueza

Un comentario en “Callar no es otorgar

  1. por desgracia con pedro sanchez no tan fugaz. También por desgracia, en españa ya no podemos encomendarnos ni a dios ni a la democracia. Es increible que a estas alturas de la película todavía haya gente creyendo que el nuestro es un sistema democrático.

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