Ay, la Maragatería

En estos días de otoño, los pueblos de nuestra querida Maragateria ya han vuelto  a sus silencios y soledades de siempre. Atrás queda  la vecindad ocasional de los que vinieron en verano por las fiestas patronales, por la nostalgia o porque el pueblo sigue siendo la opción  vacacional más accesible para muchas economías familiares.

 

Viendo esos silencios y soledades alguien podría interpretar que durante gran parte del año Maragateria es una comarca que logra mantenerse, casi de milagro, y sin más pulso que el necesario para asegurar su supervivencia. Pero esta apreciación, aún siendo cierta, no se corresponde del todo con la realidad ya que si se profundiza en el conocimiento de esta tierra podemos comprobar que todavía mantiene pulsos e impulsos suficientes como para evitar vaticinios catastrofistas.

 

Evidentemente, la cosa no está para tirar cohetes pero tampoco para avisar, de momento, al enterrador. Me explico. Como es sobradamente conocido, algunos políticos y determinadas políticas han pretendido -y no han conseguido- ese benemérito propósito de fijar la población al medio rural. Y no lo han conseguido, entre otras razones porque la realidad suele ser muy tozuda y la realidad de nuestros pueblos con escasez de infraestructuras básicas, población envejecida y otras muchas limitaciones, lo es mucho más.

 

Pero si bien es cierto que la política y los políticos no han conseguido mucho en materia de fijación poblacional, no es menos verdad que la Maragateria sigue teniendo un poderoso atractivo para muchas gentes que un buen día, después de mucho buscar en otras partes de España decidieron asentarse en nuestra tierra, en unos casos por razones de trabajo (si, trabajo), en otras por motivos de salud y, en otras, simplemente porque aquí perciben  sensaciones y sentimientos que no encuentran en otras partes.

 

Dos ejemplos. El otro día en la romería de Los Remedios tuve la oportunidad de conocer a un extremeño de Castuera, que ha instalado su familia, su futuro y su taller de guarnicionería en Villalibre de Somoza. Y no le va nada mal gracias a su talento y a sus habilidades con el cuero.  También pude hablar con un matrimonio andaluz, creo que de Jerez de la Frontera, que lleva algo mas de un año residiendo en Luyego, un lugar donde según sus propias palabras han encontrado, ella mejor salud y su marido inspiraciones suficientes para la pintura y otras actividades creativas.

 

Según reza el refranero español, algo tiene el agua cuando la bendicen y algo debe tener la Maragateria cuando sus paisajes ocres, secos  y desolados siguen resultando atractivos para muchas sensibilidades.

 

Si, ya se que ésta puede ser una visión en exceso romántica y almibarada de nuestra tierra. Pero a algo tendremos que agarrarnos para que no cunda el pánico, digo yo.

Angel María Fidalgo