Astorga

Astorga se acuesta pronto y se levanta tarde. Es motor de bajas revoluciones. Comienza el desperece a partir de las diez campanadas de los relojes de ayuntamiento y catedral. Vuelve a las somnolencias con los mismos tañidos de doble dígito.

Hasta entonces la vida está encerrada entre paréntesis. Pasear bajo el primer sol de la mañana es un ejercicio buscado de soledad. Es la luz pálida, embrujo de los mayores.  Y en curso escolar, el paso resignado del alumnado de colegios e institutos. Manda en esas horas, el seductor aroma de tahona y de obrador confitero, dispuestas ya las primeras hornadas de la  golosina salada y dulce.

Más allá de las doce, la frontera del mediodía a la tarde, Astorga se engancha a la frivolidad tomada muy en serio. Hace acto de presencia la liturgia civil de los vinos o los cortos de cerveza, ambos alternados en dos o tres saltos al albur del orden laico, aunque sagrado, de las rondas. La comida de casa merece el respeto del calentamiento previo de las vísceras en los dominios abiertos al cielo.

Tiempo hubo que la tarde astorgana era reinado de la partida en bar o casino, con espirituoso y el Farias de atrezo. Tute, mus, brisca, cinquillo, la baraja como carta de un menú al azar y por el azar, de abonar o librar la rascada de bolsillo en el reglamentario pierde paga. Aforo a cuatro en todas las mesas. Claudicación o victoria repartidas en la mitad  del cuarteto, que sigue siendo dúo.

Caídas las tardes, Astorga toca la generala del paseo por la muralla, para asistir al espectáculo de la luz decadente, escondiéndose con pudor o exhibicionismo, no a medias tintas, en un horizonte de biombos montañosos y telúricos.

El invierno de Astorga vacía calles por la orden resoluta de su agente de confianza, el frío. Crudo, duro, inclemente, pero con el atenuante de una sequedad que solo azota la piel, pero respeta la osamenta. El verano, las llena, porque desembarca el mecenas de este tiempo, el calor, generoso y leal con el relevo a la brisa nocturna refrescante que invita a nuevas andanzas por la muralla, a ritmo pausado para darle largas a la horizontal en la cama, porque tan apreciado regalo es flor de pocos días. Breve presente para paladear, no para engullir.

Rara vez, salvo festejo grande de calle o santoral, este lugar  arrebata a la madrugada el derecho a su sacrosanta intimidad.

       ÁNGEL ALONSO