Afortunadamente, la sensibilidad social, política y penal hacia los acosos, hacia casi todos los acosos que podemos sufrir, tanto los seres racionales como los irracionales, se ha incrementado de forma apreciable, lo que sin lugar a dudas constituye un importante avance del que todos nos debemos alegrar. Sin embargo, todavía quedan pendientes algunos acosos, que no son graves, pero si bastante comunes y molestos. Entre estos destacan los que, genéricamente, denominaría acosos telefónicos.
Y me explico. Hace años, un españolito cualquiera podía nacer y morir como cliente de la Compañía Telefónica Nacional de España sin perder su vinculación con esta compañía, que también era una, grande y libre, como España; naturalmente libre de hacer con sus abonados lo que estimara conveniente. Pero para eso funcionaba como un monopolio.
Ese era, digamos, el único aspecto negativo. El positivo era que los comerciales de la Telefónica no te incordiaban lo más mínimo durante toda la vigencia del contrato, que era viatalicio. Ahora la cosa ha cambiado de forma sustancial porque no hay una sola empresa de telefonía sino muchas y porque los comerciales de esas empresas, dotados de energías inagotables e inasequibles a cualquier desaliento, no dejan en paz a los clientes propios y mucho menos a los ajenos durante casi todos los días del año.
De nada vale que los usuarios confiesen con ardor su desinterés por la nueva oferta o su satisfacción orgásmica con las tarifas o con los servicios telefónicos, que ya tiene contratados. De nada sirve tampoco la verbalización enérgica de amenazas físicas o judiciales por parte de los clientes acosados. Todo ello será inútil porque, indefectiblemente, a la hora de la siesta y de los programas adormecedoramente fanunísticos de la 2 de TVE, alguna compañía del ramo te volverá a llamar para explicarte, casi siempre con voces y acentos sudamericanos, las extraordinarias ventajas económicas y tecnológicas que puedes obtener por cambiarte por enésima vez de compañía.
Y como éramos pocos, parió la abuela, que dice el gracejo popular. Desde hace algunos meses a estos acosos telefónicos se han sumado los procedentes de las empresas eléctricas, con la misma pretensión de agobiarnos sin piedad para convertirnos en clientes efímeros, muy efímeros, y con la promesa de cobrarnos el kilovatio unos céntimos más baratos que los de la competencia, durante un tiempo determinado. Porque, eso sí, al cabo de un año el precio de los kilovatios o el importe de las llamadas volverá a ser menos ventajosa, tal vez, con el propósito de generar sentimientos de infidelidad comercial en los clientes.
Después de lo aquí escrito y expresado yo me atrevería a pedir al nuevo Gobierno salido de la intrepidez y de la moción de censura de Pedro Sánchez, alguna regulación legal que controle y/o limite estos acosos, que como decía líneas arriba no son graves pero si molestos para los que queremos dedicar esas primeras horas de la tarde a la siesta o en su defecto a ver como los cocodrilos del Serengueti devoran a inocentes cebras viajeras, que no han hecho daño a nadie y menos a los feroces reptiles que siempre las esperan en el río Grumeti con intenciones alimenticias.
Ángel María Fidalgo