La sociedad moderna se apoya en colectivos estratégicos. Pueden ser de pocos componentes y tener una influencia de primer orden. A pocos se nos escapa que los controladores aéreos, apenas un millar, ponen el país patas arriba si se les inflan las meninges. Los camioneros, si aparcan vehículos, efecto expansivo de huelga general al canto. Pilotos aéreos y maquinistas de tren pueden causar estragos en el confort de la comunidad. No hacen falta muchos, pues, para infligir una tortura social si llega el caso. Son conscientes de guardar la bala de plata de las movilizaciones a fecha fija. Tienen bien cogidos de los mojinos al personal que manda y al que se resigna.
Llegado el verano o un periodo vacacional clave, cualquiera de éstos anda por ahí revolviendo, porque su conjunción planetaria es favorable. A los demás, con las maletas hechas, nos toca implorar porque el transporte elegido para la huida no coincida con la revuelta o la camionada en ciernes.
He aquí los oficios que mandan. Los que obligan a paralizar una agenda de gobierno si les da por enredar. Menos de un millón de personas contra cuarenta millones de nativos y el doble de turistas, año sí, año también, en el tablero de su ajedrez.
Si los tiempos modernos han creado un gremio no profesional, pero enraizado hasta las entrañas en el peligro de tocar el milimétrico equilibrio de la cotidianidad, pensemos en los abuelos. Una retaguardia que se ha hecho imprescindible para que todos los días el orden social doméstico no se descabale.
Aquí estamos en singular (mi caso) o en plural para seguir en la brecha. La hora punta de las idas, no es fichar en el trabajo, sino la entrega de esos nietos en las manos rugosas de los abuelos en tempranas amanecidas que aún no han secado legañas. La hora punta de las venidas es la recogida de esos infantes ya en el primer duermevela de su inocente sueño. Ahí comienza y termina cada día.
Imaginemos una huelga de abuelos avalados en la inaplazable instalación de la conciliación de las vidas familiar y laboral. La involución sería catastrófica. Todo el taco del año estaría en el brete de las revueltas domésticas, las peores. Subvertir la costumbre en el seno de los hogares es disparar la pistola con silenciador. Mata igual. Este conflicto es un imposible. Los abuelos nos damos por bien remunerados con el amor y la compañía de nuestros nietos.
ÁNGEL ALONSO