40 años después

Esta semana que culmina se han llevado a cabo los más altos actos oficiales conmemorativos de las primeras elecciones democráticas de España. Un nuevo Jefe de Estado ha tomado el relevo, al igual que una nueva generación política, del protagonismo de dichas celebraciones representando a todo un país, el nuestro.

Independientemente de todos los matices que se quieran dar a la anterior afirmación, lo cierto es que repasando la historia de la vieja piel de toro donde habitamos, nadie puede negar que han sido los 40 años más estables, productivos y modernizadores del que se tienen conocimiento, al menos en la contemporaneidad. El gran logro de la llamada Transición, permitió que dos maneras de entender y sentir España se pusieran de acuerdo y obrasen el milagro de la convivencia pacífica. Algo que sus ancestros no pudieron por su obcecación que les llevó a la guerra y al enfrentamiento fraticida.

Sin embargo, con toda la libertad que la propia Constitución permite, un pequeño pero ruidoso grupo de cierto corte político al que habría que unirle los que no quieren ser lo que son, españoles, prefirieron pasar estas jornadas de paz y celebración haciendo hincapié en lo que nos separa en vez de en lo que nos une. Siempre ha sido y siempre será así. Unos tejen y otros destejen, unos construyen y otros destruyen. Tienen plena libertad para ello, pero moralmente y en conciencia no deberían contar con el cobarde respaldo de un sistema con rendijas por donde se cuelan y pretenden dinamitar la paz social en la que vivimos. Con muchos problemas, sí; con grandes injusticias, también; pero no a palos o con autoridades incuestionables a donde nos conducen esas actitudes salvadoras de compañeros y compañeras, de telepredicadores de nuevo cuño y camaradas komisarios dando instrucciones a través de la inmediatez que permiten las redes sociales y las nuevas tecnologías.

Permanecer en el odio y el resentimiento no puede traer nada bueno. En cualquier persona de nuestra vida cotidiana, observamos que esos seres que destilan envidia y su ego lo mide todo bajo su única visión suelen ser fracasados o tremendamente infelices. Lo mismo en la actividad pública. No merecen otra cosa que nuestro desprecio más supino. Nuestra postura es la más higiénica mental y pragmáticamente la mejor receta a aplicar, al menos a nuestro modesto entender.