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La teoría pitagórica de los números concede al 1 la raíz de la existencia y la fuente de la multiplicidad, aunque en este segundo atributo, multiplicado por sí mismo o por otro multiplicando, se queda en el mismo valor. En la práctica rutinaria, lo familiarizamos enseguida con la individualidad: no es amigo de colectividades; y en tiempos como éstos de exclusividades, se erige como genialidad de lo sobresaliente. Está en lo más alto del podio, la medalla de oro.

La unicidad es un potente misterio. Es el número más deseado por los egos en el cardinal y el ordinal infinito de los dígitos y, sin embargo, en cuantía, el de rango inferior, el comienzo de la escala. Lo detestan los avariciosos, por expresión rotunda de lo exiguo. Pero es la cumbre  de los espíritus refinados al ser testimonio sin réplica de una calidad sin posible copia.

Hay excepciones. La religión eleva unidades a trinidades en metamorfosis enigmáticas. Las tiranías terrenales hacen lo mismo. Este ahora sobrecogedor lo demuestra. La tríada Trump-Putin-Netanyahu  eleva la soledad de las dictaduras a paternidades, filiaciones y espiritualidades malignas, todo en uno.

Vishwash Kumar Ramesh, un ciudadano británico de 40 años, ha conquistado la  unicidad por el atajo de lo milagroso. Fue el único pasajero superviviente de un accidente aéreo en la India, en el que murieron 242 personas, entre viajeros y tripulación. Los caprichos del azar le adjudicaron el asiento 11A, una curiosa coincidencia entre el doble uno, que empieza el conteo de las decenas, y la primera letra, la número uno, del abecedario. Ejercicio apasionante para cabalistas y esotéricos. Pero rebajemos, que no anulemos, los misterios: ocupaba la butaca pegada a la salida de emergencia.  La lógica siempre ocupa un lugar, por recóndito que sea, en los sucesos inexplicables.

Nacer, como morir, solo se hace una vez. Repetirlo es una jugada del destino en el primer caso, y un fingimiento de tahúr entre delincuentes y chivatos para poner tierra de por medio con la justicia o con el hampa, si se trata del segundo.

Vishwash ha tenido una vida hasta esa cuarentena. Pero habrá de poner el contador a cero y volver a la casilla de salida del excitante juego que va a ser vivir dos veces. Prodigioso salto desde el trampolín de la supervivencia el de Wishwash, driblando como Maradona a la mismísima muerte en modo masacre. Pero la parca nunca ha perdonado un pago de peaje.

ÁNGEL ALONSO

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